Les digo que todo está mal hecho y
mal diseñado, por falta de imaginación y ausencia de
marketing puro y duro. A las bellísimas fiestas navideñas,
con su parafernalia luminosa y entrañable, no habrían de
seguirla las rebajas, así, a pelo.
Recoger de la noche a la mañana las luces y los adornos,
para sustituirlos por cartelones pelados, con desabridas
luces de neón “¡Todo al 50%!”. Es para desmotivar. Si yo
llegara a gobernar o a asesorar a algún currito venido a
más, ordenaría por decreto que, entre Navidades y el
Carnaval de febrero, existiera un lapsus de “Fiestas de
Invierno” que conllevara las rebajas y las oportunidades,
pero todo bien engalanado e iluminado, con abetos y luces,
renos y muérdago, acebo y ángeles. Porque sigue la estación
invernal y regalarnos un poco más de calles iluminadas,
árboles enfajados con bombillitas y belleza en estado puro,
lo que hace es alegrar al personal. Todo lo que es bello
despierta un sentimiento de felicidad y de plenitud.
¿Y por qué van a retirar con premura los adornos de las
calles y avenidas? Mejor, si la temática navideña ha
concluido con la llegada de Sus Majestades los Reyes Magos
de Oriente, seguir iluminando y hermoseando, así porque sí,
para motivar al pueblo y para que, el hecho de lanzarse a
las rebajas no sea una iniciativa baratera, de revolver en
montones de prendas, de estirar las marujas cada una de la
manga de una rebeca de saldo “¡Yo la he visto antes!”. Vale,
a aprovechar los descuentos, pero con ambiente, que sea
bonito y no en plan mercadillo cutre y desordenado. ¿Qué si
pertenezco a esa rama de románticos que deseamos que todo el
año sea Navidad? Vale. Pues sí. Pero como no puede ser, me
apetece, nos apetece, que, los ayuntamientos, para que nos
sintamos dichosos, adornen las ciudades con mucha luz,
tirando de la temática que les salga de las pelotas, pero
escarbando oportunidades para engalanar todo lo engalanable
con bombillas de bajo consumo. ¿Qué los ecologistas se
quejarían por el gasto de energía? No. Que va. A los
profesionales de la buena conciencia se les conforma pronto,
se le frece a cada uno un pico, un escardillo, unos guantes
y plantones variados y que se pongan a hincar el lomo adonde
pillen y a plantar en los jardines, en los parterres, en las
cunetas de las áridas autopistas y en los montes. Lo que
tienen que hacer “los verdes” es reventarse creando verdor,
ofrecerse a cuidar los tiestos de los balcones de los
vecinos, plantar árboles, arrimar macetones con buganvillas
a los edificios y cuidar las plantas para que suban y trepen
y dedicarse a los suyo y a convencer a los comercios y
grandes superficies para que surtan al personal de bolsas de
material reciclable para acabar con el imperio del plástico
contaminante.
Pero, aún en cutre y con cartelones, sin lucecitas ni
adornos, por supuesto que voy a ir a aprovecharme a las
rebajas, o mejor a la quema final, que es a lo que tengo más
acceso, porque prefiero que, por mis dineros, sudados por
mis anoréxicos huesos, me proporcionen lo más posible. Yo
voy buscando fondo de armario, es decir, trapajos
intemporales porque, como cristiana esenia, me está vedado
el lujo y la presunción. Así que oteo con suspicacia y
ansias irreparables la prenda de la quema de Adolfo
Domínguez, de la línea U cuando se trata de zapatillas de
deporte, que son una pasada, de Roberto Verino y de Máximo
Dutti que para camisetillas, camisas y algún sueter está
guay. ¿Qué si no voy a las grandes firmas? Jamás. Ya saben,
el coñazo de la austeridad, el ascetismo, la sencillez y
temas espirituales afines que vienen de puta madre de bien y
de elegante cuando se es una tiesa endémica como yo.
No obstante vuelvo a mi mantra particular, que es que, los
gobernantes, busquen excusas y pretextos culturales o
festivos, para montar durante todo el año espectáculos de
luz y de belleza, iluminar las arboledas “porque sí”,
“porque hace bonito” y porque al pueblo nos gustan la
claridad y el fulgor. Pasear la ciudad y que esta brille
como unas ascuas, por cualquier motivo, sacándose de la
manga festividades, celebraciones, fastos o ganas de agradar
y poner contentos a los ciudadanos. A todos nos gustan las
ciudades luminosas e iluminadas, con flores y jardines
cuidados y mimados por ecologistas voluntarios que ayuden a
los equipos de jardineros. Y adoramos el ambientillo de las
rebajas y pensar que, el avaricioso de la tienda “por fin”
pone las prendas a su precio real y nosotros nos
aprovechamos. ¡Que justo y que bien!.
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