Un patio de vecinos no puede andar
a la gresca: no es bueno para ninguno de los inquilinos. Y,
si bien a lo largo de nuestra estrecha historia compartida
españoles y marroquíes hemos vivido profundos desencuentros,
no es menos cierto que también nos une, además de la
vecindad, un común acervo de valores e intereses. Hora es de
que vayamos aparcando de una vez nuestras diferencias,
ventilando y barriendo hasta debajo de las alfombras pues,
cara a las incertidumbres de este nuevo siglo que estamos
encarando España y Marruecos, Marruecos y España, no pueden
permitirse el lujo de seguir jugando a las batallitas y sí,
por el contrario, arrimar el hombro para plantear a corto
plazo una alianza estratégica de amplio calado. Sin
ningunear al resto del Magreb, Marruecos es por muchos
motivos nuestro socio en la región e incluso diría más,
nuestra puerta en África, de la misma forma que el Reino de
España es -y debe ser- el principal interlocutor y aval (sí,
Francia también está ahí, no lo niego) del Reino de
Marruecos en Europa.
Este y no otro debe ser el clima de referencia con el que
debe ser recibida, en Madrid, la vuelta a su puesto del
embajador Omar Azziman, del mismo modo que este -y no otro-
debe ser el ánimo del diplomático marroquí a la hora de
reincorporarse, felizmente, al frente de su legación. En
cualquier caso, ambos países deben desarrollar un protocolo
de actuación que invalide la tentación de “solucionar”
cualquier futuro desencuentro (el que sea y por parte de
quien fuere) de forma aventurera y pactar, a largo plazo,
unas coordenadas maduras en las que vayan diluyéndose los
contenciosos. Ya lo escribí alguna vez: la globalización
económica y las amenazas emergentes acabarán llevando a
ambos Estados, forzosamente amigos pese a todo, a cambiar el
paso de sus posturas hasta alcanzar un equilibrio
satisfactorio para ambos.
Como dice el viejo refrán español “bien está lo que bien
acaba” y, sin entrar a cuestionar el hipotético contenido de
la famosa carta entregada el pasado 3 de enero en Rabat por
el ministro Moratinos para el rey Mohamed VI, lo cierto es
que la vuelta del embajador del Reino de Marruecos no deja
de ser un notable éxito -ruin sería negarlo- del presidente
Rodríguez Zapatero en su activo. También es verdad que, pese
a todo y siguiendo con los dichos populares, “más vale lo
malo conocido que lo bueno por conocer”, razón por la que
Rabat no ha dejado pasar la oportunidad de dar por zanjada
la crisis. También da la impresión que la oposición, el
Partido Popular, no ha estado rápido de reflejos -quizás
tampoco de perspectiva- para posicionarse en esta tesitura,
haciendo valer su programa y alternativas cara al futuro de
las relaciones bilaterales. En cualquier caso y como apuntó
con generosidad, talante y visión política el presidente de
esta Ciudad Autónoma, Juan Vivas (cito de memoria), “Lo que
es bueno para España y Marruecos es bueno para Ceuta”.
Hablemos de todo, busquemos salidas y preparemos el futuro.
Mohamed VI está logrando cambiar, con coraje, el norte de su
Reino. Y Ceuta, este pequeño y entrañable trozo de España en
tierras africanas debe tener claro que, sin arriar los
colores de la bandera pero tanteando su encaje, el futuro
inmediato pasa por incorporarse de algún modo al desarrollo
regional.
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