Versiones periodísticas marroquíes sin el marchamo oficial
aseguran que en el curso de esta semana Mohamed VI,
Comendador de los Creyentes, tendrá a bien devolvernos su
embajador en España, luego de haberle llamado a Rabat
—suspendiendo así la conexión diplomática plenaria entre el
Reino de España y el Imperio Jerifiano—. La magnaminidad del
Sultán presenta, sin embargo, incógnitas inquietantes.
Se refieren estas misteriosas claves a la carta que le envió
el presidente del Gobierno de España a través de su ministro
de Asuntos Exteriores. Como se recuerda, Miguel Ángel
Moratinos entregó la misiva en Rabat a Taib Fassi, su
homólogo marroquí. Y, por lo que ahora se dice, el contenido
del mensaje fue tan del gusto del soberano que éste ha dado
su venia para que Omar Azziman, su embajador en Madrid,
regrese a ocupar su puesto. ¿Qué decía en su epístola a
Miramamolín el presidente Rodríguez?
Habrá que sosegarse ante la lógica inquietud que suscita la
regia decisión, todavía no oficial, de que el embajador
Azziman regrese a su puesto en Madrid. No es para menos. Si
en Rabat se dijo que la vuelta a la normalidad en las
relaciones hispano-marroquíes estaba condicionada a que a
que se estableciera un diálogo sobre el futuro de Ceuta y
Melilla, desde el supuesto —según Marruecos— de que la
condición española de las dos ciudades encubre un hecho
colonial, lesivo por tanto para la integridad territorial
jerifiana, ¿qué ha ocurrido para que el embajador,
supuestamente, vaya a regresar a Madrid esta semana?
No parece probable que Mohamed VI —que es quien manda en
Rabat y no su Gobierno, por lo que resulta trivial que éste
sea más nacionalista o menos irredentista— haya cambiado de
parecer después de la visita que suscitó el pasado noviembre
la visita de los Reyes de España a Ceuta y Melilla. Y si
resulta improbable tal cambio en la corte de Miramamolín,
habrá de temerse que el cambio —necesariamente reflejado en
la carta por Moratinos— se haya producido desde el Gobierno
del presidente Rodríguez.
Este temor, considerado el juego de los precedentes, aparece
sostenido por una inquietante base de probabilidad. Si el
presidente del Gobierno español dijo en Santiago de Chile,
al preguntársele sobre la relación hispano-marroquí, que no
había cambio en la agenda de la misma, ¿a qué habría de
obedecer el regreso a Madrid del embajador de Marruecos?
Necesariamente, a que la misiva presidencial llevada por
Moratinos es portadora del anuncio de un cambio en la
posición española. ¡Ojo a la cartera!
Nunca jamás consiguió Marruecos, en la insistencia contra la
Historia, que sus pretensiones sobre Ceuta y Melilla
entraran en la Agenda de Descolonización de Naciones Unidas.
Nunca. A la vista de lo cual, no se le ocurrió al rey Hassan
II otra cosa que salir con aquello de la “célula de
reflexión” sobre este particular.
¿Accedería Marruecos, por ejemplo, a una oferta argelina de
la misma naturaleza celular que ésta para discutir el futuro
de lo que fue el Sahara Occidental, ocupado por Marruecos
sin títulos suficientes en 1975? Ciertamente que jamás.
Habrá que temer la probabilidad de que al aire de la
“alianza de civilizaciones”, y en el canto del cisne de la
diplomacia actual, se pretenda empaquetar la concesión al
Imperio Jerifiano —a través de esa Célula de Reflexión, en
realidad una célula cancerosa— del principio de la duda en
esta materia capitalísima para España que es la condición
nacional de Ceuta y Melilla.
Rodríguez, que estableció la base de la definitiva renuncia
a Gibraltar reconociendo a los gibraltareños la condición de
parte en el asunto de la descolonización, podría estarse
jugando —en una carta, o a una carta— el futuro de Ceuta y
Melilla y la entera seguridad nacional en el Estrecho.
Podría ser así si la carta a Mohamed VI es, por aquello que
pudiera haber ofrecido, lo que cabe temer.
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