Los días mueren y sólo quedan
lecciones en el manantial del tiempo, recuerdos que son
historias vividas, abecedarios prendidos en el aire para
compartir, porque esta vida exige ser vivida en familia.
Todos los lenguajes se aprenden al calor del hogar, donde es
posible contar estrellas e inventarse un cielo de luz, por
muchas sombras que nos arreen los herodes del mundo. Aún no
han cesado los violadores de rosas y habría que poner a
salvo al débil del abuso del más fuerte. Es una de las
grandes tareas pendientes. Hace tiempo que la esperanza ha
dejado de estar al alcance de todos. Muchos caminantes no
tienen a nadie y no esperan nada. Por perder, han perdido
hasta su propio linaje, forman la tribu de excluidos a los
que nadie quiere ni mirar. Toda esta frialdad de caminos sin
alma, hace que nos desborde la tristeza más profunda. Quedar
solos a la deriva del viento, tapados por las soledades de
enero, desemboca en suicidios o en una muerte vital
prematura.
Los periodos de crisis o de progreso, que la vida es un ir y
venir, un bajar y un subir, han de hacernos reflexionar. Por
mucha escarcha que caiga sobre el ser humano, siempre habrá
una flor que retoñe y nos traiga la esperanza. O la hay o
nos la tenemos que inventar. Lo último es morir en el
desespero. No nos confundamos de camino. Avanzar para tener
acceso a los bienes que nos permiten tener una vida más
humana y organizada, además de saludable, es lo suyo; pero
si pretendemos progresar a cambio de sacar poder destruyendo
otras vidas, violentando leyes naturales, repartiendo la
tarta a tortas, mejor nos quedamos quietos. Yo deseo que el
planeta siga caminado hacia la esperanza repartida y
compartida, que los odios pasen al adiós, que el ilícito
llenarse los bolsillos deje de estar de moda, y que sea la
lluvia la que nos empape de estético sentido humano, con la
libertad del calor de una mirada de niño.
Realmente le temo a las soledades de enero porque todo suele
rebajarse y, con la degradación moral que tenemos en el
cuerpo terrícola, los focos de tensión pueden avivarse en
cualquier momento. A propósito, me gusta lo que ha
manifestado el presidente del gobierno español, Zapatero, en
tierras del Líbano: “La paz es la tarea”. Un buen propósito
para extrapolarlo a todos los escenarios de la vida. Por
cierto, incluido el político. Alguien puede pensar, y quizás
no le falte razón para pensarlo, que la paz se ha convertido
en un lenguaje fácil, que cuesta poco decirlo y con el que
uno queda mejor que Pilato. Hay que ir más allá de un puro
lema seductor. Para empezar, nunca el recurso a las armas
debería considerarse como el instrumento adecuado para
solucionar los conflictos. Considero que el ser humano antes
tiene que reconciliarse entre sí, consigo mismo, en familia
haciendo familia, con su universo natural. Para ello, salta
a la vista que hay que buscar modos de vida más humanos,
menos expuestos a la tiranía de los instintos de posesión,
de dominio y consumo, y más generosos, hablando un lenguaje
de paz como lengua común. La hora es propicia y el tiempo
urge para que, las soledades de enero, se pueblen de
diálogos y de gestos sinceros. Sólo así se llenarán de
alegría las miradas y de corazón los andares de la familia
humana.
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