La desaparición del servicio
militar obligatorio robó a Ceuta parte de la cara más
visible de su arraigada tradición militar al reducir
sensiblemente el volumen de soldados en la ciudad. Fue,
además de una noticia con una considerable carga simbólica,
un golpe económico considerable para una ciudad que tenía en
los contingentes de jóvenes que acudían aquí a hacer la mili
una importante fuente de ingresos y de posteriores
embajadores más o menos entusiasmados por lo visto y vivido
al otro lado del Estrecho.
Sin embargo, el paso del tiempo y la reducción en el volumen
del contingente de soldados no ha mermado el prestigio de
una institución cuyo carácter sigue siendo apreciado y
valorado por los ceutíes. La celebración de la Pascua
militar, ayer, dio buena cuenta de ello pese a que la cita,
a mediodía, en la Plaza de África, no tuvo una asistencia de
público destacable.
El comandante general de Ceuta, Enrique Vidal de Loño, que
presidía por primera vez esta fiesta en la ciudad autónoma,
sí supo darle en el interior del Cuartel General el tono que
debía a su discurso institucional. El general de División
agradeció, como no podía ser de otra manera, a todos los que
viste uniforme su entrega y dedicación a la misión que les
ocupa, pero también tuvo palabras más que acertadas para los
representantes de la sociedad civil que allí se congregaron
y el pueblo llano en general.
El Ejército del futuro está llamado a imbricarse más aún de
lo que ya lo está con el resto de la sociedad para,
compartiendo sus valores, prestarle toda su ayuda y apoyo
tanto en tiempos de guerra como de paz, y para ganarse la
confianza, el cariño y el respeto de los ciudadanos debe
seguir abriéndose al exterior con las debidas reservas que
exige su trabajo. El acto de ayer fue un ejemplo de esa
convivencia y de ese proceso de modernización emprendido en
que los mandos deben seguir perseverando.
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