La gente gritaba iracunda contra
Vivas, contra Gordillo y contra el delegado del Gobierno.
Ardían los contenedores y ondeaban las banderas en los
balcones de las viviendas propiedad del Ministerio de
Defensa. Y lo peor de todo, para el PSOE y el PP, sin duda,
fue ver cómo los telediarios de la tarde no se cansaban de
ofrecer la imagen de un político vitoreado por la
muchedumbre, Juan Luis Aróstegui, mientras quemaba el
estatuto.
Es el último párrafo de la columna dedicada a la quema del
estatuto de autonomía, el día 6 de noviembre; acto pensado,
dirigido y encabezado por Juan Luis Aróstegui. El sitio
elegido para celebrar hecho tan relevante fue la avenida de
Sánchez-Prado. Y a mí no se me ocurrió otra cosa que
hiperbolizar con guasa una acción en la cual el secretario
de política municipal del PSPC quedó, una vez más, como la
Chata de Cái o como Cagancho en Almagro. Es lo suyo.
Sin embargo, lo que sí me sorprendió es la aceptación que
aquella columna tuvo. Se habló de la hilaridad que había
causado la forma de contar que a la quema del estatuto
fueron tres personas y un loro. Que es la capacidad de
convocatoria que suele tener Juan Luis Aróstegui. A pesar de
que es, no lo olviden, secretario general de Comisiones
Obreras.
Después de tan chabacana pantomima, cachondeable desde
cualquier punto de vista que se hubiera mirado, corrió el
rumor, insistente por cierto, de que el quemador del
estatuto se cortaba la coleta como activista político, por
la vergüenza que había pasado ese sábado de noviembre bajo
la mirada atenta y profunda de Sánchez-Prado.
Quienes alentaron el rumor, bien porque les interesaba; bien
porque estaban convencidos de que ellos, de haber estado en
la situación del quemador del estatuto, habrían optado por
darse una puerta sin la menor dilación; o ya porque
decidieron ponerse en el lugar de Aróstegui y pensaron que
era necesario tener la cara muy dura para no quitarse de en
medio por ofrecer tan denigrante espectáculo, se
equivocaron. Porque desconocían las interioridades del
sujeto.
No obstante, y aunque el secretario general de Comisiones
Obreras no se percatara de ello, ese día pusieron cara de
asco hasta quienes hasta ese momento habían conllevado, con
algo más que resignación cristiana, las fantasmadas del
líder que había perdido el poco crédito que ya le quedaba.
Pues una cosa era soportarle su falta de tirón electoral, y
sus continuados fracasos en las urnas, y otra verle
convertido en un chiquilicuatre cualquiera. Y, encima,
haciendo un papelito de pirómano. Lamentable.
A partir de aquel día de noviembre, cuando lo de la quema
del estatuto, los militantes de peso del PSPC se han ido
borrando de todo acto en el cual aparezca Aróstegui. Para
muestra el celebrado últimamente en el Hotel Ulises: hubo 23
asistentes para oír al loro que es inaccesible incluso al
desaliento que suelen causar las derrotas. Y mucho más si
éstas son frecuentes.
Y ese loro, que puede estar cavando ya la fosa de la
primacía de Comisiones Obreras en esta ciudad, ha intentado
minimizar “El Pueblo de Ceuta”: que mantiene más de cuarenta
nóminas cuyos titulares cobran como Dios manda. O sea,
cuando principia el mes. El loro esta cada vez más solo por
soberbio, listo y... tengamos la fiesta en paz. Y esa
soledad es la del badulaque.
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