Miren y vean. El drama de la
oscuridad mental se sirve a diario desde los pedestales más
cínicos, vociferando mañanas que no son, porque no tienen
salida a ningún paraíso edénico, donde uno se encuentre a
salvo con los ojos cerrados. Vean y miren. Tantas veces la
justicia se viste de injusticias y el odio se enquista en el
alma, que las puertas de la luz se cierran y, lo cruel, es
que nos encierran en una jaula de números, con distintivo:
productivos y no productivos. Los más débiles son carne de
cañón para el invierno. No hay Navidad que valga. El
traqueteo del engaño tampoco descansa, lo nefasto es que nos
ha dislocado la conciencia hasta dejarnos ciegos y no ver
más allá de la superficie de las cosas. Nos deslumbran los
dioses de la tierra que, a codazos, han subido al pedestal
de Pilatos. La sencillez y la pureza son agua pasada y voz
de los poetas. La educación, que podría abrir cierta
esperanza, también es un corral de confusiones y un
gallinero de vientos contra natura. Las campañas de
educación sexual y afectiva dirigidas a los menores de edad,
sin que los padres muchas veces tengan voz ni hayan prestado
consentimiento, son más crueles que una tormenta de piedras
en el desierto. El adoctrinamiento de una formación moral,
en franca contradicción con los principios éticos, ha
entrado triunfal en cientos de centros educativos.
Ante el aluvión de espadas en ristre y el consiguiente
olvido del sentido común, los obispos españoles, quizás
pensando en que estamos inmersos en una sociedad pasiva y
acomodaticia, piden que la identidad de la familia cristiana
no se desvirtúe. Desde luego, aquella familia transmisora de
valores cívicos y humanos, donde se aprendía a amar, a
compartir, a dialogar, a perdonar, a colaborar y a
sacrificarse por los demás, renunciando a los propios gustos
y caprichos, parece que vive también en la oscuridad mental.
Sólo hay que mirar y ver los divorcios que a diario se
producen, o escuchar el testimonio de mujeres y niños que
han sufrido maltratos físicos o psicológicos. Está visto que
las políticas de familia tampoco funcionan. No pocos
matrimonios malviven en otra oscuridad, en la de
infraviviendas y con unos salarios irrisorios, que te ponen
el alma en pena. Todo, todo se trivializa. El caos va
enterrando nuestras vidas con frías luces de candelabro y
cemento. Lo malo es que esta inhumana realidad de escándalos
se ha vuelto costumbre, a pesar de su irracionalidad, y muy
pocos son los que llenan el vacío circundante de éticas,
cuando la ignorancia, que es la noche de la mente, ha tomado
poder y posiciones de privilegio.
Los efectos de esta oscuridad mental ahí están, nadie conoce
a nadie, los niños no pueden ser niños en un mundo de
víboras, a los ancianos se les aísla como si fuesen trastos
viejos, a la juventud se le llena los oídos de caracolas. En
una sociedad que, por diversas razones, cultiva la duda y el
cinismo, el miedo y la impotencia, la inmadurez y el
infantilismo, el vicio al por mayor, los jóvenes tienen
dificultad en madurar, los mayores pasan aprietos por
quitarse la soledad de encima, y las personas decentes viven
en la estrechez de una isla para que no se les oiga. Mal que
nos pese, se van limitando libertades y reduciendo al ser
humano a la esclavitud. El raso negro tiene presencia real.
Los métodos de bravura son monstruosos y sibaritas a la vez.
Casi parece tener razón el escritor George Orwell cuando
prevenía, en 1948, en su libro “1984” contra el espectro del
totalitarismo y del avasallamiento absoluto del individuo y
hasta de su conciencia. Ciertamente, por mucho resplandor
que se nos ofrezca, cuando no tiene alma y vida propia,
verbo y conjugación en la persona, que ella y yo por fin
podamos ser, es difícil que amanezca.
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