El conocido me llama para
felicitarme por mi santo, a toro pasado, y de paso aprovecha
la ocasión para preguntarme si no estoy obsesionado con el
GIL.
-No. Créeme que mi conciencia no está acosada por nada...
-Te lo digo, a ver si me entiendes, porque cuando te
refieres a los que militaron en ese partido das la impresión
de que los considera unos apestados.
-Te entiendo tan bien como decirte puedo que te equivocas al
hacer esa apreciación. No obstante, sería absurdo negarte lo
que pienso a propósito de ese asunto: que quienes ocuparon
puestos destacados en esa formación no dudaron nunca en
perseguir con saña a cuantos no eran de su cuerda.
El conocido se queda sin respuesta y tras intentar cambiar
de tercio, con vacilaciones, me vuelve a felicitar y decide
colgar. Lo cual le agradezco. Puesto que de haber seguido en
esa línea le habría tenido que contestar de manera muy
distinta.
El Gil vino a Ceuta porque un grupo de vividores de esta
tierra fue a Marbella para decirle a Jesús Gil que él
era la persona más capacitada para salvar esta ciudad del
desastre al que estaba destinada si el PP continuaba
gobernando. En esa comitiva iban militantes populares a los
que Jesús Fortes no les daba ni agua.
Me consta que el “Gordo” sentía desprecio por quienes le
rogaban, encarecidamente, que su partido se presentara a las
elecciones ceutíes. Porque los caló rápidamente. Y sacó sus
conclusiones: aquella gente deseaba ganar dinero a cualquier
precio y, por tanto, no era de fiar.
Y además, dado que tonto no era, se percató muy pronto de
que la apuesta podía hundirlo en la miseria. Pero pudo más
su afán de figurar y de mostrarse como hombre capaz de
echarle un pulso al Gobierno de la nación. Por más que
Juan Antonio Roca le advirtió de que afrontar tamaño
reto era como poner la primera piedra de su ruina. Y,
posiblemente, la de toda la organización “gilista”
Lo demás llegó por añadidura. Y no por conocido deja,
todavía, de tenerse lo del GIL como un pasado repugnante por
parte de quienes no quisieron participar en aquel entramado
con visos de patio de Monipodio. Porque no había que ser muy
avispado para darse cuenta de que el GIL estaba destinado a
ser motivo de escándalo y de que muchos de sus dirigentes
estaban ya a dos pasos de ser citados por el juzgado de
turno.
Por consiguiente, cuando veo a algunos “gilistas” formando
parte del Gobierno de la Ciudad y a otros disfrutando de
canonjías y prebendas en anexos pertenecientes a la
Administración local, pienso que quienes ya fueron capaces
de poner a su ciudad en peligro, por medro, son capaces de
volver a intentarlo.
Y es en esos precisos momento cuando caigo en la cuenta de
que Francisco Márquez ha de tener mucho tiento para
que no se le note demasiado el rencor que le profesa a este
periódico por no haberse doblegado en su día a la voluntad
del GIL y del cual era él dirigente.
Sé que en esta Casa no gusta que se señale a nadie como
sospechoso de atentar contra los derechos de ella sin
pruebas convincentes. Pero es preferible, al menos para mí,
avisar antes de que se consume el hecho que podría ser el
detonante para estar en desacuerdo con el consejero de
Hacienda.
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