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OPINIÓN - SÁBADO, 5 DE ENERO DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

Avisando...
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

El conocido me llama para felicitarme por mi santo, a toro pasado, y de paso aprovecha la ocasión para preguntarme si no estoy obsesionado con el GIL.

-No. Créeme que mi conciencia no está acosada por nada...

-Te lo digo, a ver si me entiendes, porque cuando te refieres a los que militaron en ese partido das la impresión de que los considera unos apestados.

-Te entiendo tan bien como decirte puedo que te equivocas al hacer esa apreciación. No obstante, sería absurdo negarte lo que pienso a propósito de ese asunto: que quienes ocuparon puestos destacados en esa formación no dudaron nunca en perseguir con saña a cuantos no eran de su cuerda.

El conocido se queda sin respuesta y tras intentar cambiar de tercio, con vacilaciones, me vuelve a felicitar y decide colgar. Lo cual le agradezco. Puesto que de haber seguido en esa línea le habría tenido que contestar de manera muy distinta.

El Gil vino a Ceuta porque un grupo de vividores de esta tierra fue a Marbella para decirle a Jesús Gil que él era la persona más capacitada para salvar esta ciudad del desastre al que estaba destinada si el PP continuaba gobernando. En esa comitiva iban militantes populares a los que Jesús Fortes no les daba ni agua.

Me consta que el “Gordo” sentía desprecio por quienes le rogaban, encarecidamente, que su partido se presentara a las elecciones ceutíes. Porque los caló rápidamente. Y sacó sus conclusiones: aquella gente deseaba ganar dinero a cualquier precio y, por tanto, no era de fiar.

Y además, dado que tonto no era, se percató muy pronto de que la apuesta podía hundirlo en la miseria. Pero pudo más su afán de figurar y de mostrarse como hombre capaz de echarle un pulso al Gobierno de la nación. Por más que Juan Antonio Roca le advirtió de que afrontar tamaño reto era como poner la primera piedra de su ruina. Y, posiblemente, la de toda la organización “gilista”

Lo demás llegó por añadidura. Y no por conocido deja, todavía, de tenerse lo del GIL como un pasado repugnante por parte de quienes no quisieron participar en aquel entramado con visos de patio de Monipodio. Porque no había que ser muy avispado para darse cuenta de que el GIL estaba destinado a ser motivo de escándalo y de que muchos de sus dirigentes estaban ya a dos pasos de ser citados por el juzgado de turno.

Por consiguiente, cuando veo a algunos “gilistas” formando parte del Gobierno de la Ciudad y a otros disfrutando de canonjías y prebendas en anexos pertenecientes a la Administración local, pienso que quienes ya fueron capaces de poner a su ciudad en peligro, por medro, son capaces de volver a intentarlo.

Y es en esos precisos momento cuando caigo en la cuenta de que Francisco Márquez ha de tener mucho tiento para que no se le note demasiado el rencor que le profesa a este periódico por no haberse doblegado en su día a la voluntad del GIL y del cual era él dirigente.

Sé que en esta Casa no gusta que se señale a nadie como sospechoso de atentar contra los derechos de ella sin pruebas convincentes. Pero es preferible, al menos para mí, avisar antes de que se consume el hecho que podría ser el detonante para estar en desacuerdo con el consejero de Hacienda.
 

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