Ha decido volver a trabajar. Ya
era hora. Puesto que ha estado trece años liberado para
poder ocuparse de la Secretaría de Política y Relaciones
Institucionales de Comisiones Obreras. Todo un chollo. Una
manera extraordinaria de vivir a su aire.
Pero antes de tomar esa decisión, el bibliotecario se daba
cuenta de que era visto como un funcionario atorrante que
usaba el sindicato como coartada para no doblar el espinazo
nunca más en su tarea municipal. Que bien vista, tampoco es
de una dureza como para herniarle.
La verdad es que José Antonio Alarcón no se
encontraba a gusto en su papel y más que caminar se le veía
arrastrar los pies por la calle cuando iba del Ayuntamiento
al sindicato y viceversa. Con las paradas de rigor en sitios
claves donde echarse algo al gaznate. Sobre todo para
olvidar que su amigo del alma lo estaba negando a cada paso.
El amigo del alma de Alarcón es Juan Luis Aróstegui.
Cuyo egoísmo no podía admitir que el bibliotecario se negara
rotundamente a participar en los ataques por sistema a
Juan Vivas. Al menos, de un tiempo a esta parte. Tampoco
comprendía JAA las razones que tenía su amigo para tacharlo
de irse de la boca en sitios inadecuados.
De modo que empezó a sentirse mal. Pero que muy mal. Y me
consta que recibió consejos de personas que le tienen
afecto. Entre otros, el siguiente: Juan Antonio sería
conveniente que te apartaras de Aróstegui. Su compañía no te
hace ningún bien. Y, claro, de tanto oír esas
recomendaciones y de comprobar que había motivos suficientes
para darlas por buenas, principió a rumiar la decisión que
ha tomado: acordar con Mabel Deu, consejera de
cultura, el regreso a su puesto como director de la
Biblioteca Municipal. Y creo que ha acertado.
Pero hay otros motivos para que Alarcón haya decidido romper
los lazos que le unían a Juan Luis Aróstegui. Y es que se ha
cansado de soportar la forma de ser de un impostor. De
alguien que finge defender causas que aborrece por el mero
hecho de ver si es posible conseguir lo que le vienen
negando los votantes: ser diputado. Un logro que viene
persiguiendo con una obsesión enfermiza y que los ciudadanos
le niegan. Y esa obcecación es la que nos demuestra que el
secretario general de Comisiones Obreras carece de esa
inteligencia de la cual alardea.
Con el paso que ha dado José Antonio Alarcón, amén de
recuperar su orgullo y, por qué no decirlo, el sentirse otra
vez independiente para tomar las decisiones políticas que le
plazcan en su vida, ha propiciado que muchas otras personas
pertenecientes al PSPC lo hayan imitado. Por más que algunas
estén disfrutando de un empleo conseguido gracias al dedo de
Aróstegui. Un empleo que los tiene convertidos en esclavos
de los caprichos de quien a su vez es servidor del editor
del periódico decano. ¡Vaya juntera!...
Por lo tanto, y aunque llevo mucho tiempo sin hablarme con
el director de la Biblioteca Municipal, no dudo en alabar la
decisión que ha tomado. Porque con su ejemplo, al margen de
los beneficios personales que obtenga en varios aspectos,
hará posible que en la próxima reunión del PSPC haya trece
militantes y un loro. El loro seguirá, por supuesto, siendo
inaccesible al desaliento. Pues le gusta el chocolate...
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