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OPINIÓN - VIERNES, 4 DE ENERO DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

José Antonio Alarcón
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Ha decido volver a trabajar. Ya era hora. Puesto que ha estado trece años liberado para poder ocuparse de la Secretaría de Política y Relaciones Institucionales de Comisiones Obreras. Todo un chollo. Una manera extraordinaria de vivir a su aire.

Pero antes de tomar esa decisión, el bibliotecario se daba cuenta de que era visto como un funcionario atorrante que usaba el sindicato como coartada para no doblar el espinazo nunca más en su tarea municipal. Que bien vista, tampoco es de una dureza como para herniarle.

La verdad es que José Antonio Alarcón no se encontraba a gusto en su papel y más que caminar se le veía arrastrar los pies por la calle cuando iba del Ayuntamiento al sindicato y viceversa. Con las paradas de rigor en sitios claves donde echarse algo al gaznate. Sobre todo para olvidar que su amigo del alma lo estaba negando a cada paso.

El amigo del alma de Alarcón es Juan Luis Aróstegui. Cuyo egoísmo no podía admitir que el bibliotecario se negara rotundamente a participar en los ataques por sistema a Juan Vivas. Al menos, de un tiempo a esta parte. Tampoco comprendía JAA las razones que tenía su amigo para tacharlo de irse de la boca en sitios inadecuados.

De modo que empezó a sentirse mal. Pero que muy mal. Y me consta que recibió consejos de personas que le tienen afecto. Entre otros, el siguiente: Juan Antonio sería conveniente que te apartaras de Aróstegui. Su compañía no te hace ningún bien. Y, claro, de tanto oír esas recomendaciones y de comprobar que había motivos suficientes para darlas por buenas, principió a rumiar la decisión que ha tomado: acordar con Mabel Deu, consejera de cultura, el regreso a su puesto como director de la Biblioteca Municipal. Y creo que ha acertado.

Pero hay otros motivos para que Alarcón haya decidido romper los lazos que le unían a Juan Luis Aróstegui. Y es que se ha cansado de soportar la forma de ser de un impostor. De alguien que finge defender causas que aborrece por el mero hecho de ver si es posible conseguir lo que le vienen negando los votantes: ser diputado. Un logro que viene persiguiendo con una obsesión enfermiza y que los ciudadanos le niegan. Y esa obcecación es la que nos demuestra que el secretario general de Comisiones Obreras carece de esa inteligencia de la cual alardea.

Con el paso que ha dado José Antonio Alarcón, amén de recuperar su orgullo y, por qué no decirlo, el sentirse otra vez independiente para tomar las decisiones políticas que le plazcan en su vida, ha propiciado que muchas otras personas pertenecientes al PSPC lo hayan imitado. Por más que algunas estén disfrutando de un empleo conseguido gracias al dedo de Aróstegui. Un empleo que los tiene convertidos en esclavos de los caprichos de quien a su vez es servidor del editor del periódico decano. ¡Vaya juntera!...

Por lo tanto, y aunque llevo mucho tiempo sin hablarme con el director de la Biblioteca Municipal, no dudo en alabar la decisión que ha tomado. Porque con su ejemplo, al margen de los beneficios personales que obtenga en varios aspectos, hará posible que en la próxima reunión del PSPC haya trece militantes y un loro. El loro seguirá, por supuesto, siendo inaccesible al desaliento. Pues le gusta el chocolate...
 

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