El pasado 30 de diciembre millón y
medio de ciudadanos ejercieron legítimamente su libertad,
manifestándose en el centro de la capital de España “Por la
familia cristiana” y sus valores mientras, desde Roma, el
Jefe de Estado del Vaticano, el papa Benedicto XVI, dirigió
un largo y afectuoso saludo en castellano a los concentrados
en un ejemplo nada diplomático de injerencia política. Pero,
¿qué entiende por “valores” esta particular y confesional
grey?
La ciudadanía española de fe católica haría bien en recordar
la tibieza de la jerarquía eclesiástica en Roma para con sus
pastores euskaldunes, buscando subterfugios para no acabar
de ponerla en su sitio y mandarla, por ejemplo, de misiones
a una leprosería en Filipinas. Mientras algunos obispos se
desgañitaban en Madrid aun sonaban en mis oídos las
hirientes e injustísimas palabras del Obispo de San
Sebastián, monseñor Uriarte. Quizás no esté de más recordar
que, mientras una buena parte de la Iglesia Católica jaleaba
al general Franco entrando bajo palio en los templos otra,
en la periferia, amamantaba al sanguinario terrorismo etarra.
¿O ya no se acuerdan ustedes de que ETA nació en un
seminario de curas…?. Y es precisamente esta iglesia, con su
lamentable y oscurantista historial desde los tiempos del
emperador Constantino, ¿la que se atreve, con demagogia y
cinismo, a defender los valores de la familia?. “Al César lo
que es del César y a Dios lo que es de Dios”, como parece
que dijo aquél líder mesiánico judío llamado Jesús. La
descarada manipulación política de la Iglesia, en defensa
básicamente de sus oscuros intereses crematísticos y de otro
tipo, empieza a ser intolerable. Por esta vez el Gobierno de
Zapatero y los socialistas van cargados de razón en sus
críticas, como recuerda el reciente comunicado de la
Ejecutiva Federal del PSOE: “Es la Constitución de 1978 la
que determina que la soberanía reside en el pueblo, del que
emanan todos los poderes del Estado”.
También está el vidrioso asunto de la moralina y esa
enfermiza obsesión con el sexo que el cristianismo comparte
con el islamismo, particularmente en lo que atañe a la
homosexualidad. A ver si tanto monseñor se atreve a encarar
de una vez lo que es un secreto a voces: la represión sexual
(y su consiguiente salida por el fuero y por el huevo) a la
que son sometidos curas y monjas, o los numerosos casos de
pederastia en los que están envueltos -con la complicidad
eclesiástica, mientras no halla escándalo- un significativo
número de sacerdotes. Eso sí que clama el cielo: ¿cómo era
aquello de la piedra de molino al cuello para quien
escandalizare a los pequeñuelos…?. ¿Y es esta Iglesia, cuyos
representantes en teoría desconocen lo que es una vida
sexual sana, la que osa pontificar en voz alta sobre los
valores morales y el sentido de la familia?; ¿estos hombres
que nunca serán padres, estos eunucos vocacionales tienen la
osadía de dar lecciones éticas sobre matrimonio?. Quizás el
problema de fondo es que en España, a estas alturas, todavía
no se ha dado una separación real entre la Iglesia y el
Estado. Y entretanto, la nueva oleada expansionista del
Islam con ínfulas de ocupar en España puestos y prebendas a
imagen del Catolicismo rampante. Apañados vamos: ¡que Dios -Alah,
Yahvéh, Buda o el que sea- nos pille confesados!. Amén.
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