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OPINIÓN - JUEVES, 3 DE ENERO DE 2008

 

OPINIÓN / EL OASIS

La carta de despido
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Se dice que el oficio elegido siendo talludo es el más querido. El que se afronta cada día con renovadas ilusiones hasta que se deja de funcionar por necesidades imperativas. Las vocaciones tardías mantienen siempre intactas las ganas de aprender. La de escribir periódicos, además de aptitudes, exige una gran apetencia de conocimientos que obligan a abusar de la ya de por sí mermada visión. Ya que la lectura, según dicen quienes saben, no es una habilidad natural, sino aprendida. Y para todo hay que valer.

Cuando accedí a escribir lo hice asumiendo dos hechos fundamentales: uno, que dejaba un trabajo donde ganaba suficiente dinero para ingresar en otro donde daban cuatro perras que entonces, y perdonen mi arrogancia, eran las que yo me había venido gastando en cosas prescindibles. No me extrañó, por tanto, que mis íntimos me dijeran en la cara que había perdido la chaveta.

El segundo hecho, nada peligroso para el bolsillo, pero sí necesario para no perder el tino, era ser consciente de que si antes de los cuarenta no te has consagrado en una actividad, a escala nacional, difícilmente lo podrás lograr. Por más que alguien pueda rebatirme lo dicho con que la actual longevidad de las personas echa abajo esa teoría convertida en tópico.

Lo cierto es que, como quien no quiere la cosa, estoy a punto de cumplir una veintena de años tratando de aprender el oficio de escribir periódicos. Una tarea que ilusiona tanto como respeto causa cada día opinar de casi todo lo que se cuece en la vida local. Porque es función complicada donde las haya. Y aunque con ella se sienta uno vivir diariamente no es menos verdad que la apuesta es arriesgada de veras.

Ahora bien, no cabe la menor duda de que el haber vivido con intensidad la ciudad, durante años, me ha valido para conocer a muchos de sus personajes y, sobre todo, para entender cómo se siguen moviendo por estímulos exteriores. Más o menos por la ley del reflejo condicionado de Pavlov. De modo que suelo jugar a veces con semejante ventaja. Que no es poca.

Una ventaja que no reservo para mí. De ningún modo. Pues muchas veces la he puesto al servicio de los periodistas venidos de afuera. Sobre todo cuando yo pasaba más tiempo en la redacción y procuraba ayudarles en la medida de mis posibilidades. A pesar de estar convencido de que mis indicaciones caerían en saco roto. Y hasta que los informados terminarían por negarme tantas veces como les fuera posible para quedar bien ante quienes no comulgaban ni comulgan con mi forma de ser.

El último periodista a quien aconsejé, por más que supiera que mis consejos estaban abocados al fracaso y a lo demás..., fue a Javier Cuenca. Cuando éste llegó a “El Pueblo de Ceuta” como redactor jefe. Días pasados, coincidimos en un restaurante céntrico y me contó lo que le había ocurrido tras marcharse de este periódico a otro. Y le respondí que, aunque todo el mundo está en su derecho de practicar su libre albedrío, aunque en el intento se quede sin habla, él había sido aleccionado de cómo se las gastan ciertos individuos -e individuas- en la empresa a la que llegó convencido de que era modélica. Ahora lleva en su bolsillo una carta de despido escrita, según me dice, con mucha prosopopeya. Y, claro, yo apostaría a que ha sido Juan Luis Aróstegui el redactor de la misiva.
 

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