Llegaron a la política activa
escudriñados por mucha gente. Pensaron de ellos que eran
unos simples aprovechados que iban a jugar con sus creencias
religiosas para medrar. Mustafa Mizzian y Mohamed
Chaib fundaron el Partido Demócrata y Social de Ceuta.
Corría el año de 1994.
Chaib y Mizzian principiaron su aventura política sin
interesarles a los medios. Mejor dicho: salvo alguna
excepción, lo que consiguieron es ganarse la fobia de la
prensa. Y, por si fuera poco, daba vergüenza oír lo que
largaban contra ambos los miembros de los partidos
pertenecientes a Ceuta Unida, Progreso y Futuro de Ceuta y
el Partido Socialista del Pueblo de Ceuta: individuos que
aún estaban rumiando sus estrepitosos fracasos.
Es verdad que tampoco en el seno del Partido Popular les
estimaban. Con tan desfavorable ambiente, Mizzian vio su
sueño hecho realidad: en 1995 se convirtió en el primer
diputado, de religión musulmana, en la Asamblea de la
Ciudad. Y los hubo, yo los vi, que se vinieron abajo de tal
manera, que, durante mucho tiempo, estuvieron sometidos a un
tratamiento de Prozac. Y es que la envidia, como decía
Quevedo, va tan flaca y amarilla porque muerde y no come.
La labor de ambos, o sea, de Mizzian y de Chaib, pronto
comenzó a notarse. Y se corrieron las voces de que eran
políticos que estaban siempre dispuestos a atender las
sugerencias de los ciudadanos e incluso, en bastantes
ocasiones, solucionaban sus problemas. Y, sobre todo, no
hacían distingos entre las personas por razones de credo.
Tan destacada manera de obrar tenía que dar sus frutos. Y
así fue: en las siguientes elecciones obtuvieron tres actas
de diputados. A Mizzian le acompañaron Chaib y Hakim
Abdeselam. Un triunfo espectacular, de un partido localista,
que se vio obligado a enfrentarse a un GIL cuyas mentiras,
contadas por individuos de poco fiar, trastornaron la
voluntad popular.
Fue durante esos años, complicados y peligrosos, cuando los
dirigentes del PDSC mostraron una generosidad digna de
encomio. Y un gran sentido del deber. Porque los tres
diputados, de religión musulmana, entendieron muy pronto que
el GIL era un partido al cual había que erradicar de esta
tierra. Cierto que en el empeño tuvieron que ser muy fuertes
para no claudicar ante las sumas de dineros que les ofrecían
por unirse a las huestes de Sampietro. Soportando, además,
amenazas de todo tipo.
Mizzian, Chaib y Abdeselam, amén de que daban un ejemplo de
honradez poco habitual, en situaciones así, evidenciaban un
extraordinario apego al Partido Popular. Y, desde luego, le
prestaban un servicio indiscutible a Ceuta. Semejante
comportamiento, merecedor de pláceme en sesión continua,
nunca fue valorado en su justa medida por quienes se
aprovecharon de las actuaciones de los dirigentes del PDSC.
Luego, para más desgracia, un dejarse llevar –ay, la
inexperiencia- por la vehemencia inducida, no sólo les
arruinó la vida política sino que se resintieron,
físicamente, por el castigo recibido. Chaib, Abdeselam y
Mizzian me dicen que están dispuestos a que el PDSC
reverdezca ilusiones. Y me alegro muchísimo. Pues los tres,
por ser como son, se han ganado el derecho a seguir
aportando entrega y conocimientos en la primera línea de la
política local.
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