Es la primera vez en la vida, seguro, que un presidente de
la República francesa ha sido distinguido como “hombre del
año” por la mayoría de los medios de comunicación españoles
que se han encomendado esa tarea. Natural. Pese a ser tan
francés como La Marsellesa, lo que en otra persona desataría
de inmediato los rescoldos de la antipatía histórica que por
aquí sentimos hacia los gabachos, Nicolás Sarkozy es hoy el
personaje más popular a este lado de nuestra frontera
norteña: Un hombre capaz de prometer lo impopular porque así
lo cree necesario para el futuro de su país, que se empeña
en cumplir esas promesas contra viento, huelgas y marea, que
asume un papel directo en empresas casi imposibles, como
comprobamos cuando nos trajo personalmente del Chad a
nuestras azafatas, que dictamina que los alumnos se pongan
en pié cuando el profesor entre en clase.
Y que, encima, liga con Carla Bruni y no lo esconde.
¿Alguien da más?
La diferencia entre Sarkozy y nuestros candidatos a las
próximas elecciones generales es tan abismal que tanto
Zapatero como Rajoy intentan siempre que pueden
fotografiarse junto al presidente francés, lo que siempre
les garantiza titulares en periódicos y telediarios cuando
lo consiguen. Aunque sin darle demasiado carrete.
En el PP aún recuerdan cuando habló como invitado en el
congreso en que proclamaron a Rajoy presidente hace tres
años y, pese a dirigirse a la audiencia en un idioma
incomprensible para su mayoría, fue el personaje más
aclamado de la jornada.
Y eso que no había ganado aún las elecciones en su país. Y
en el PSOE rememoran con desagrado aquella noche en que, ya
presidente, Sarkozy se presentó en Torrejón con nuestras
azafatas cuya libertad había conseguido en persona mientras
Zapatero no se había molestado ni en llamar por teléfono al
presidente del Chad.
Así que a nuestros políticos les gusta Sarkozy por la
admiración que despierta entre el electorado que vamos a
votar el 9 de marzo.
Pero bajo ninguna circunstancia ni Rajoy ni Zapatero están
dispuestos a comportarse como él. Si trataran de hacerlo,
tendrían que apartar de un manotazo a esos asesores que
recomiendan a uno y a otro que lo más importante que pueden
hacer en los próximos dos meses es no arriesgar. Conseguir
que no se sospeche que hará exactamente el que gane las
elecciones, ese es el objetivo. Situarse en un hipotético
centro donde no se sabe si uno es carne o pescado, la
estrategia.
Mientras Sarkozy arriesga cuando afirma que rechaza el
inmovilismo y la fatalidad que se han instalado en su país o
proclama que la energía nuclear es la energía del futuro,
todo lo más que discuten nuestros políticos es por donde
reducirán los impuestos y a qué dedicaran sus subsidios. De
principios, nada. ¿Qué se hará con el Estatuto catalán? ¿Qué
respuesta se dará al nuevo Plan Ibarretxe? ¿Bajo qué
condiciones se volverá a hablar con ETA?¿Cómo se mejorará la
educación de nuestra juventud? ¿Cómo se hará frente a la
crisis inmobiliaria? ¿A qué regiones se dará prioridad para
que llegue hasta allí la alta velocidad? Muchas preguntas
que no tendrán respuesta en esta campaña electoral. Y que
las tendrían si Sarkozy fuera uno de los candidatos el 9 de
marzo.
Por eso es hoy para la mayoría de los españoles el hombre
del año.
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