Se termina el año 2007. Y me doy
cuenta de que voy a cumplir tres apareciendo en esta columna
diaria. Mucho ha cambiado este periódico desde que decidí
regresar a él. Tanto, que a quienes estuvieron en su
nacimiento y se fueron, cuando lo creyeron oportuno, les
sería difícil reconocer sus instalaciones y, por supuesto,
el sitio que ocupa actualmente en la sociedad ceutí.
“El Pueblo de Ceuta”, permítanme que lo recuerde, una vez
más, nació en los años noventa, en medio de una absoluta
indiferencia. Tal es así que los ciudadanos le auguraban la
corta vida tenida por otros periódicos que habían querido
competir con el único existente en la ciudad. Se hacían, yo
las presencié, incluso apuestas a ver si alcanzaba el año de
existencia.
Además de tener que vencer todas las circunstancias
negativas que lo circundaban, que por conocidas no dejaban
de ser muy peligrosas, el nuevo periódico tuvo la desgracia
de encontrarse, cuando aún estaba dando sus primeros y
vacilantes pasos, con la llegada a la ciudad de una
formación política cuyo objetivo era cambiar a todo trance
la línea editorial del medio. A lo cual se negó,
rotundamente, el padre de la criatura: José Antonio
Muñoz.
El editor de “El Pueblo de Ceuta” estaba convencido de que
el GIL no era la solución para una ciudad que si algo
necesitaba era evitar que gobernaran personajes que venían
dispuestos a desvalijar las arcas públicas. Y siguió
manteniendo la defensa del Partido Popular. Con lo cual se
quedó solo ante el peligro de una locura momentánea, que
estaba dispuesta a arrasarlo todo. Así, los dirigentes
“gilistas” se veían legitimados para avasallar a quienes no
seguían sus directrices.
Mientras otros medios, y sobre todo el que tanto presume de
estar siempre defendiendo lo mejor para Ceuta, no quisieron
enfrentarse a un poder peligroso (que tuvo a periodistas (?)
trabajando de igual manera que lo hacían los afectos a la
prensa del Movimiento) y que ordenaba amenazante lo que
debía escribirse y decirse, “El Pueblo de Ceuta” no cedió un
ápice en su comportamiento.
Aquella decisión del editor de “El Pueblo de Ceuta”,
arriesgada en muchos y variados aspectos, nunca fue
correspondida en su justo valor. Lo que nunca me sorprendió.
Ya que, durante años, se ha venido primando, por parte de
los populares, a quienes no dudaron, a las primeras de
cambio, en ponerse al servicio de Jesús GIL y de toda su
patulea de vividores. Una actitud incomprensible en quienes,
con su forma de comportarse, intentan preconizar que gentes
así son los que han de disfrutar de las consideraciones y
respetos de los gobernantes.
Si ustedes quieren comprobar lo que digo, no tienen más que
desparramar la mirada por todos los rincones de la Casa
Grande y anexos, y verán que cuantos cantaron las bondades
del Gil y gritaron interjecciones impronunciables contra los
dirigentes populares, disfrutan de prebendas y canonjías.
En fin, volveré a lo que más me interesa decir, porque creo
firmemente que es de justicia airearlo cuando el 2007 está
dando las boqueadas: el editor de “El Pueblo de Ceuta” debe
sentirse orgulloso de la labor que ha realizado durante más
de doce años. Y ello le ha permitido mantener, contra viento
y marea, un periódico que estaba, como cuantos lo intentaron
antes, condenado a fenecer. Enhorabuena, pues, por tantos
logros.
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