A escasas horas de que le digamos
adiós a este año de gracia y demos la bienvenida al próximo,
me he prometido ser de una bondad exquisita, y dedicarme a
coger un poco de cultura que buena falta me hace, para
evitar que, la máxima lumbrera de esta tierra, me siga
llamando inculto. Por cierto, también me he prometido
dedicarme a viajar, a grandes ciudades, para dejar de ser un
provinciano. De nada me ha servido el haber estado viviendo
en Madrid y Barcelona porque, a pesar de ello, no me he
podido quitar el cartel de provinciano que llevaba colgado
en mis espaldas.
Me estoy pensando, seriamente, trasladarme a los EE. UU, o
sea al país de los malos, malísimos de los americanos de
América y matricularme en esa universidad tan famosa que hay
por aquellos lares, para poder coger cultura suficiente y,
de esa forma, estar a la altura del lumbreras.
Del otro lumbreras, ese que tiene el aro de cubo marcado en
el trasero, para estar a su altura cultural no hace falta
irse a ninguna universidad, basta con apuntarse en la
escuela del tío Curro bacalao o la del maestro Ciruela que
no sabía leer y puso una escuela. Está visto y comprobado
que Dios les da pañuelos a quienes no tiene mocos.
Mientras pienso en estas cosas de viajar y coger cultura
apuntándome en la universidad de marras, de donde salen la
mayoría de los presidentes de los EE. UU y las más grandes
lumbreras en casi todos los terrenos a nivel mundial,
recuerdo que me he prometido ser de una bondad exquisita
hasta darle la bienvenida al próximo año. Y al recordar
esto, decido no tocar más asunto alguno que pueda molestar
al personal, incluidas las dos lumbreras de esta tierra
nuestra.
Así que vamos a escribir sobre cómo vamos a despedir el año
viejo. Lógicamente, los familiares se reunirán todos para
cenar y, después, escuchar las campanadas que dan desde la
puerta del Sol, atragantándonos al tratar de comernos las
doce uvas al ritmo de las campanadas, para una vez realizada
semejante operación brindar con champán por que todos seamos
felices en este año que acaba de entrar.
Servidor, todo hay que decirlo, como un provinciano más, no
tomará champán prefiero sidra El Gaitero, la sidra de toda
la vida en casa de los pobres, donde el champán era cosa de
los ricos. Hoy día de los nuevos ricos, nacido con la
llegada de la democracia, como nacen los pollos de granjas a
borbotones, comiendo sin cesar para que se conviertan en
pollos adultos lo antes posible y, de esa forma, poder
venderlos en los mercados.
Al escribir sobre los pollos, me recuerdan tiempos de mi
niñez, donde en las casas se criaban estos animales para ser
sacrificados en la Navidad. Comerse un pollo, en navidades,
era el único lujo que se podían permitir los pobres.
El problema se presentaba a la hora de matarlo cuando el
pollo, por el tiempo vivido entre nosotros, era uno más de
la familia, te miraba y eras incapaz de cortarle el
pescuezo. Aunque, eso sí, siempre había algún voluntario a
realizar la operación. Con mi copa de sidra en la mano, la
levanto para desearles a todos un FELIZ AÑO.
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