Por norma se trata de un fenómeno
que suele coincidir con la irrupción de la primavera. Con
las primeras oleadas de aves migratorias, que cruzando de
nuevo el Estrecho de Gibraltar, alegran nuestros cielos. Van
o vienen . ¿Quién sabe?
¿No han oído últimamente esta frase de forma habitual? Y
dicha con mal humor, como si se fuera consciente de ser
víctimas de una especie de afrenta climatológica. Por
supuesto que no se trata de mi idea de señalar parte de la
Costa del Sol como “Meca del turismo navideño”, atrayendo a
los guiris con toneladas de buen clima y el más espectacular
despliegue de tradiciones cristianas. Con esto aclaro que,
caso de estar en marcha lo de la “Meca Navideña, respire
tradición, arte, espiritualidad, disfrute del clima y
póngase a reventar de gloria bendita gastronómica a precios
increíbles en la aburrida Europa” seguiría siendo algo
exitoso. Porque, lo del tiempo, con nubarrones serpenteando
el Estrecho y avisos de borrasca por doquier, incluida
granizada mortífera en Nochebuena en Velez Málaga y uno del
Palo que asegura que vio y fotografió varios tornados sobre
el mar, pero que, como la foto está hecha con el móvil no se
aprecian y no la puede comercializar. Vale, que lo del
tiempo, que no acompaña, hubiera chingado la promoción, eso
sí, en letra pequeña en el contrato se puede añadir que,
caso de disgustos climatológicos, el navidañeante, que es
como se llama al del turismo navideño, será compensado con
cinco kilos de polvorones y mantecados de Écija, un lomo en
manteca de Ronda, pestiños de las monjitas y una botella de
anís del Mono con un tenedor para que, cuando se la
empiporre, pueda hacer música de la tierra y recordar su
entrañable experiencia mística.
Pero les digo que esta esquina mediterránea en la que
tenemos la fortuna de haber puesto el huevo, ofrece
infinitas posibilidades de ocio, cultura y ponerse malo de
comer la gloria de Dios, para los desventurados europeos.
Que, aunque ganen más, tengan mejores pensiones, auténticas
autopistas y mucho fetén de lo más fetén, viven de puta pena
y tienen hábitos horribles, mientras que nuestros hábitos y
costumbres son a imitar por el mundo entero, o mejor por
todo Occidente , los japoneses y los chinos, del resto del
mundo paso y repaso y me importa una higa. ¿A que soy
insolidaria? Pues porque me da la gana y porque adoro seguir
las tendencias fashion, es decir, lo que es moderno y no es
cutre ni hortera. Y lo elegante y glamouroso es llevar
siempre la contraria a lo que intentan imponer al rebaño.
¿Qué hay que ser solidaria y tolerante, compasiva,
caritativa y exponente de todas las virtudes lacrimosas?
Pues no me sale del coño serlo. A ver ¡Oblígueme! Eso sí
pueden meterme en una especie de granja y tratar de
reprogramarme, pero eso es como cosa de sectas y está mal
visto. O someterme a algún tipo de lavado de cerebro, con
asignaturas cursis y mensajes blandengues, pero mi sesera es
dura como el pedernal que utilizaban esos atlantes que
llegaron aquí y se tornaron en hombres de Neandertal, tenían
los conocimientos de sobras, pero no las herramientas y
hubieron de echar mano de lo poco que el terreno ofrecía.
Soy celtíbera ¡A mi me van a reprogramar con los cojones!
¿Qué ustedes también son lo que les sale de la punta del
bisturí? Lógico. Ni romanos, ni moros, ni franceses, ni
rusos, ni invasores agoniosos pudieron con nuestro temple y
ahora nos van a ordenar lo que tenemos que “pensar y
sentir”. Y hablando de sentimientos, los tenemos saludables,
porque nuestros hábitos lo son, aunque el tiempo no
acompañe. Nos agarramos a una mesa de bar con fondo de
tragaperras, olor a fritanga, un café y un periódico
grasiento y no nos mueve ni el Caudillo, que en gloria esté.
El desayuno en el bar es de derecho consuetudinario, como la
cervecita, el cigarro tras cualquier libación, el eructo
encubierto y el que nos guste la calle más que a un inútil
un cargo de confianza. Va en la raza, misterios de las
mutaciones genéticas que nos hace poder ofrecer al turismo
una forma de vida ejemplar, porque somos muy ejemplares, eso
lo dice el Universo entero, todos menos los de Singapur que,
como van de pulcros, nos tienen por sucios, aunque en el
fondo es envidia cochina. ¿A quien puede asustar un poco de
porquería? Al revés, eso nos inmuniza y nos fortalecemos. En
fin, ventajas todas, inconvenientes el jueztorres, pero
tampoco vamos a ser “perfectos” eso sería una exageración.
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