Huyendo del absurdo y vacuo
consumismo que invade estas paganas fiestas, encontré
refugio espiritual releyendo la más elaborada y solvente
traducción que conozco al decir del teólogo E. Miret
Magdalena del “Nuevo Testamento, obra del doctor Hugh J.
Schonfield y que adquirí un otoño del 1990, nada más ser
traducida al castellano, en la gijonesa librería “Paradiso”
por tres mil pesetas de la época, libro que les recomiendo
encarecidamente. Ustedes verán, pero entre las misas de
Navidad y la del Gallo me permito sugerirles un paseo
intelectual por los Evangelios siguiendo la máxima de un
gran pensador católico de la primera mitad del siglo pasado,
Barón von Hügel: “siempre la verdad, nunca la ortodoxia”. Y,
si me permiten, seguir el nuevo mandamiento -en sus
palabras- del “rabí” Jesús: “Amaos los unos a los otros”, el
resto es pura hojarasca teológica y edulcorado diletantismo.
¿Han sentado a algún pobre -también vale un emigrante, de
esos que andan por el monte- a su mesa estos días?; ¿han
llevado una parte de sus “comilonas” (perdonen el exceso),
por ejemplo a la “Cruz Blanca”, por aquello de compartir
aunque fuera las sobras con los más necesitados?. Poco antes
de esta entrañable fecha para los cristianos los musulmanes
celebraron su “Día del Sacrificio” en el que, tras matar
ritualmente al cordero, llevan escrupulosamente parte del
mismo (mi esposa entregó ¼ del nuestro) a las familias más
necesitadas, a fin de que puedan compartir el
acontecimiento. ¿Sabían ustedes, lectores cristianos, de tan
modélica práctica de caridad aprovechando el “hauli” de esos
otros hijos de Abraham…?
Volviendo a Schonfield, reputado especialista de talla
internacional fallecido en 1987 y “profesor judío de
historia del primitivo cristianismo” como apunta el teólogo
Miret Magdalena, la obra que glosamos fruto de largos años
de trabajo -y cuya lectura vuelvo a reiterarles- articula su
exégesis en tres grandes apartados: primeramente Schonfield
se atiene estrictamente al contenido de los textos
originales (hebreo, siriaco, griego y latín), corrigiendo
con certeza gruesos errores de traducción canonizados a lo
largo de los siglos (desde el término hebreo “almah”, al de
“Khristós” en vez de “khrestós” de Flp 1, 21); en una
segunda parte se comentan los pasajes interpolados o
cambiados, atribuidos posteriormente a los auténticos
autores (añadido final, por ejemplo, del evangelio de
Marcos); y, finalmente, se ordenan cronológicamente los
textos de referencia, desenmascarándose las forzadas
manipulaciones del primitivo mensaje evangélico planificadas
por el naciente poder eclesiástico, cada vez más aliado al
Estado romano.
Como señala nuestro autor en referencia a los Evangelios,
“Estos venerables documentos sólo pueden entenderse
correctamente si se relacionan con la vida y las ideas de su
época y muy en especial con las de la sociedad judía, con la
que el Nuevo Testamento está estrecha y constantemente
vinculado”. Pura contextualización metodológica, sin la que
no se entiende nada. Lo dicho: aprovechen su tiempo y lean,
amigos, los textos sagrados que conforman sus creencias.
Nunca he escrito lo contrario, no se me confundan: yo solo
censuro el dogmatismo y la mitología. Recuerden el evangelio
de Juan: “La Verdad os hará Libres”. Y las mentiras…
creyentes.
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