De pronto, todo suena en plural y
a pluralidad. Está bien visto además, cultivarlo. Ahora
habrá que darle el uso debido. O sea, el justo y necesario.
Se habla de pluralidad en los partidos políticos, de
pluralidad de confesiones religiosas, de pluralidad de
culturas. Sin embargo, miren por donde, hay quien dice que
la libertad es singular, aunque después se añada, siempre
que exista antes la libertad plural. Lo mismo pasa con la
justicia, ha de ser efectiva en el derecho que tienen todas
las personas (en plural). Bien. Pero cuidado con las
pluralidades que se contradicen y no caminan en la misma
dirección moral. En el caso de las políticas, han de hacerlo
hacia el bien común y hacia la unidad en cuestiones de
Estado –lo recordaba hace unos días el Rey-. De igual modo,
la fe en Cristo, corre el riesgo de descafeinarse cuando las
numerosas Iglesias o Movimientos eclesiales se contrarían.
Si todas son Iglesias a su propia manera, por mucha
pluralidad que evoquen, quizás todo se quede en un conjunto
de porfías, en vez de ofrecer orientaciones claras. Son tan
sólo unos ejemplos de un mal entendido pluralismo, como
aquel pensador endiosado que alardeaba de su plural
conocimiento y, por ello, se creía siempre con derecho a la
verdad.
Hay cuestiones que son para cultivarlas en singular con la
singularidad debida. Ser persona. Nadie puede serlo por
otro. El concepto de persona sigue contribuyendo a una
profunda comprensión del carácter único (singular) y de la
dimensión social de todo ser humano (plural). Estoy
convencido de que respetando a la persona como tal se
promueve la armonía, y que construyendo lo armónico se ponen
las bases para un auténtico humanismo integral, uno y único,
estético y ético. Así es como se prepara un futuro plural,
donde puedan convivir todas las pluralidades, para las
nuevas generaciones. El deber de respetar la dignidad de
cada ser humano, comporta como consecuencia que no se puede
disponer libremente de la persona, por muchas pluralidades
de ordeno y mando que la sociedad plural nos haya extendido
y avalado.
La pluralidad social puede ver con buenos ojos, e incluso
legislar al respecto para toda la ciudadanía, sobre el
aborto, la experimentación sobre los embriones o la
eutanasia, cuando es un patrimonio de valores que no es
disponible en plural.
El bien es uno (singular) y la verdad no se contradice a sí
misma. Yo, desde luego, siempre temeré a esos altaneros
pluralistas de la religión o de la política, puesto que
suelen actuar partiendo del sentimiento de superioridad.
Primero hay que servir a la unidad, si es conservando y
desarrollando esa pluralidad, mejor que mejor. Pero que
nadie se suba al pedestal de lo plural sin respetar la
singularidad del ser humano. Es cierto que la sociedad está
haciéndose cada vez más pluralista (más de todos) desde el
punto de vista cultural y religioso, pero que tampoco lo sea
de nadie. Porque cuando es de alguien, corre el peligro de
corromperse por puro egoísmo humano. Lo plural es un hecho.
Ahora la gente debe aprender semántica, lo mejor es escuchar
la conciencia, para que la confusión no nos vuelva
intolerantes. La cuerda de la unidad en la pluralidad y de
la pluralidad en la unidad no debe romperse. Aplicar y
aplicarse la ley natural, antes que la ley humana, por ser
el único baluarte válido contra la arbitrariedad del poder o
los engaños de la manipulación ideológica, es la verdadera
garantía ofrecida a cada uno (persona singular) para poder
vivir libre y respetado en su dignidad. La historia misma
nos dice que no siempre la pluralidad tiene razón. Antes,
cada número con su persona y, después, cada persona con cada
uno. Y uno a uno (singular), en unidad con la familia humana
(en plural).
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