Después de amanecer en Azemmour, a
la vera del morabo de Mulay Buchaïb, enfilé la carretera por
la costa para ir subiendo, “chuia, chuia”, hacia Casablanca
y seguir hacia el norte. Supongo que escribiendo estas
líneas gran parte de ustedes estarán degustando una opípara
comida en compañía de los suyos; yo estoy ahora, día de
Navidad, en un rincón de Benslimán, saboreando un dulce té y
almorzando una ensalada pues, para ser franco, estoy de
“jauli” (cordero) hasta las orejas. El tráfico está fluido y
un tibio sol ayuda a confortar el ambiente con una agradable
temperatura de 15 grados. Nunca me han gustado demasiado
estas fechas pues, a estas alturas de la vida, demasiados de
los tuyos (familiares, amigos…) han ido quedando en el
camino, aparcados en la distancia al lado de la senda o
emprendido, hacia el insondable infinito, un eterno viaje
sin retorno; Rafael, mi abuelo paterno al que no llegué a
conocer, “se fue” en Zamora durante una Nochebuena. Durante
estos entrañables días y tal y como va el mundo (camino de
un choque) se impone, como nunca, el recuerdo a nuestras
tropas acantonadas en el exterior, bien en el avispero de
los Balcanes (allí partieron recientemente hasta Kosovo,
desde Ceuta, dos buenos y entrañables amigos) o en el
polvorín de Afganistán, en Qala e Naw (región de Hérat),
zona oeste del país.
¿Estamos haciendo en Afganistán lo correcto?. Este año ha
sido particularmente duro, con más de 6000 muertos (entre
ellos familias enteras víctimas del “fuego amigo”) entre los
que hay que contabilizar 1200 bajas propias, 200 de ellas
soldados de la coalición y el resto efectivos de las fuerzas
regulares afganas. La solución en esta guerra enquistada que
corre el riesgo de alargarse demasiado es también,
naturalmente, militar (¿disponen allí las fuerzas coaligadas
occidentales de catorce países, incluido Turquía, de los
recursos suficientes, materiales y humanos?), pero no
debería olvidarse un componente político. En los últimos
días tres presidentes (el australiano Rudd, el italiano
Prodi y el francés Sarkozy) han viajado a Kabul para
insuflarle calor a nuestras tropas (todos somos uno) y
mostrar su apoyo al presidente afgano Hamid Karzay, cuya
situación interna actual es bastante precaria.
Las batallas tienen que ser como las órdenes, cortas y
claras y en la guerra sin cuartel que Occidente (junto a los
países islámicos moderados) libra contra el terror, en
Afganistán mismo, los objetivos tienen que estar definidos y
temporalizados. El conflicto no es solo militar, tiene un
importante componente político: hay que reconstruir el país
de forma ingente, garantizar la seguridad de la población
(contar con su apoyo es la mejor táctica contra la
insurgencia) e intentar incorporar a ciertas tribus y
milicias talibán, bajo la batuta del legítimo gobierno
afgano, a un gobierno de coalición sostenido, en última
instancia, por las tropas occidentales. En este contexto el
viaje del presidente de Francia, Sarkozy, ha sido un
auténtico toque de clarín a la conciencia de Occidente.
Sarkozy, con la visión y el coraje que le caracteriza, fue
firme y taxativo en sus palabras ante el general
norteamericano Dan McNeill, comandante de la ISAF: “Se juega
aquí una guerra, una guerra contra el terrorismo, que no
podemos ni debemos perder”. ¿Qué pensará Zapatero…?
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