La apañada frase “Concebido por el
Espíritu Santo y nacido de la Virgen María” relativa al
mítico nacimiento hoy, hace en teoría 2007 años, de Jesús se
encuentra en el corazón del dogma cristiano-católico, pero
los últimos descubrimientos (históricos, filológicos… )
hacen que la vieja doctrina tiemble en sus cimientos. En
todo caso Dios -el que sea y donde estuviere, si es que
existe- para nada necesita ser protegido y ocultado detrás
de tradiciones mitológicas abiertamente irreales, dogmáticas
e irracionales, agazapadas en guetos mentales donde se
refugian actitudes religiosas débiles e inseguras,
emocionalmente inmaduras y necesitadas de verdades supremas
que conforten y justifiquen la incertidumbre de la
existencia. Emprenda pues cada cual su viaje espiritual con
las alforjas que estime oportunas pero, estimados lectores,
si toman ustedes literalmente las leyendas narradas por los
evangelios de Marcos y Lucas van a encontrarse, entre otras
sorpresas, con que destrozan ni más ni menos el pilar de la
creencia cristiana: la Encarnación. La narrativa
desarrollada sobre la natividad de Jesús ha sido
estructurada por la Iglesia de Roma para defender lo que
podríamos llamar el escándalo del pesebre, tapando las
notorias irregularidades que envolverían el nacimiento en
una cristología apologética en las que se entremezclan,
espúriamente, historia, teología y biología con la intención
de ajustar, neciamente y en su exclusivo interés, el tiempo
y la eternidad en debates erísticos.
El dogma del nacimiento de Jesús está enraizado, como otros
muchos, en sistemas mitológicos mundiales (Gautama Buda,
Indra, Horus, Adonis, Mitra y Zoroastro): son numerosos los
héroes divinos nacidos de virgen que, tras morir, resucitan
y ascienden a los cielos en milagrosos vuelos cósmicos. Con
el mito de la Navidad la Iglesia Católica (tras su bastarda
alianza con Constantino) se apropió del 25 de diciembre en
los tiempos del papa Liberio (hacia el 355), cristianizando
la fiesta romana del “Sol Invictus”, fecha del solsticio de
invierno. Otro dios solar de la antigüedad, Mitra, nació
también de una virgen un 25 de diciembre, en una cueva;
adorado por pastores y magos, fue hacedor de milagros,
siendo muerto y resucitando al tercer día, practicándose en
la liturgia en su nombre una eucaristía similar a la
cristiana…. ¿Les suena, verdad?.
Lo mitos religiosos pueden y deben morir (todos) de una vez,
pero no se preocupe la buena gente con fe: Dios, en todo
caso, seguiría viviendo al margen de las necedades humanas.
Y ustedes, los cristianos, pongan un poco de orden en el
Nuevo Testamento colocando en primer lugar el texto más
antiguo, el del fundador de su religión, Pablo y lean
críticamente estos días su Carta a los Gálatas 4, 4-5:
“Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su
Hijo, nacido de mujer (…)”. Permítanme concluir con Mateo
(22, 42), narrando lo que el propio Jesús se preguntaba
(“¿Qué pensáis acerca del Cristo?. ¿De quién es hijo?”) para
finiquitar el asunto con la desvergonzada carta del papa
León X (1513-1521) al cardenal Bembo: “Desde tiempos
inmemoriales es sabido cuán provechosa nos ha resultado esta
fábula de Jesucristo”. Atrévanse a penetrar, amigos, en la
verdad que encierran los símbolos, abran la puerta... Y
gocen y vivan, en libertad, sanos y felices.
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