En el 2007, el balance de los
días, refleja una situación de alta tensión in extremis,
hasta el punto de que la tirantez ha generado, en bastantes
ocasiones, un nerviosismo ciudadano e institucional sin
precedentes. El causante del desaguisado ha sido, la
crispación política; un activo virus persistente, con
naciente en los que concurren a la formación y manifestación
de la voluntad popular (vaya ejemplo), dilatado en el tiempo
su contagio, que distorsiona libertades alcanzadas, toxina
dispuesta a romper la indisoluble unidad de nación, veneno
ensordecedor a más no poder por la mediocridad de sus
agentes, con el efecto agravante de portar un germen
adormecedor que impide ser algo más que una opción
partidista, y, por ende, incapaz de dejar que despierte la
armonía. No tiene sentido crispar políticamente a la
ciudadanía. El próximo 2008, podría ser un buen año para
rehabilitar la cuestión política, que hoy es vista bajo
sospecha, porque la losa de la corrupción ahí está,
desacreditando lo que es un noble servicio, cuando se deja
de actuar desde la ética democrática tapados por las sábanas
farsantes de la mentira. Sólo bajo el hilo moral de la
actuación política puede llegarse al punto del ansiado
consenso que exige un Estado social y democrático de
Derecho.
También fueron activos en el 2007, el juicio del 11- M, cuya
resolución acrecentó la insatisfacción ciudadana.
Prosiguieron las hazañas de los sembradores del terror. Las
amenazas de los violentos y la violencia de género tampoco
cesaron. La inseguridad en cualquier lugar y a cualquier
hora está servida. Cruel balance que deja fuera los derechos
humanos. Habría que globalizar estos derechos inherentes de
la persona, donde la dignidad humana está más allá de
cualquier diferencia y une a todos los seres humanos en una
familia. Lo que sucede es que el pasivo, o sea nuestras
obligaciones ciudadanas, dejan mucho que desear y trabajamos
poco, por no decir apenas nada, por la libertad, la igualdad
y la justicia social de todos los seres humanos, respetando
el arcoris de la cultura y la religión de cada uno.
El caos de las infraestructuras; los desastres naturales; la
escasa protección a la familia y a la infancia; el injusto
progreso social y económico de una sociedad fría; la
desorganización de la salud pública; las barreras a la
cultura, a la ciencia y a la investigación; el galimatías de
la educación y la intromisión del Estado en el derecho que
asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación
religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias
convicciones, también estuvieron presentes como activo en el
2007. Esto nos lleva a una reflexión patrimonial, puesto que
todo Estado de Derecho ha de garantizar los derechos
fundamentales y las libertades públicas de la persona. Por
desgracia, el incumplimiento suele estar a la orden del día.
El efecto multiplicador de sucesos, en los que nadie respeta
a nadie, que llega a sobrepasar la ficción, suele ser debido
a que falla la garantía jurisdiccional unas veces y, otras,
a la existencia de una serie de condiciones económicas
incongruentes con la finalidad perseguida por los principios
rectores de la política social.
La balanza democrática, pues, que también es una palanca de
primer corazón, de brazos iguales, o sea, de españoles
iguales en la ley y ante la ley, que mediante el
establecimiento de una situación de equilibrio consensuado,
permite avanzar democráticamente, resulta que es inestable,
que oscila según el político de turno, que tiene sus manías
de gobierno a base de decreto, su paranoia de politizar lo
que no es politizable, su delirio de hacer y deshacer por
capricho, llegando a violentar igualdades sin una
justificación objetiva y razonable. Que Manuel Marín, el
hombre que ha sido todo en política, diga en una entrevista
del País (23/12/2007) que “ni a quien gobierna ni a la
oposición les preocupa la debilidad de las instituciones”,
nos indica la falta de ponderación, la pérdida de medida y
juicio democrático, que tenemos en el haber de los días.
La balanza, que se ha utilizado desde la antigüedad como
símbolo de la justicia y del derecho, dado que representaba
la medición a través de la cual se podía dar a cada uno lo
que es justo, puede ser una buena herramienta para que la
libertad sea libertada, para que la justicia sea
ajusticiada, para que la vida sea bebida en su digna medida
y vivida en plural. Tampoco el miedo puede suplantarnos la
esperanza, el sueño del ciudadano despierto. Conciliar la
justicia y la libertad ha de ser el espíritu del pueblo que
quiere asegurar a todos una digna calidad de vida. Como
acertadamente dijo el filósofo chino, Confucio: “Mejor que
el hombre que sabe lo que es justo es el hombre que ama lo
justo”. Buen imperio el del amor para garantizar la
convivencia democrática, mucho mejor que el imperio de la
ley por mucha expresión de voluntad popular que lleve
consigo.
En cualquier caso, todos los males del balance que he
citado, pueden curarse con más mano democrática y mejor tino
en el uso de las libertades, con más virtuoso freno estético
y menos vicio desenfrenado. En suma, que cada persona debe
ser respetada como tal y nadie debe ser endiosada por mucha
democracia que cultive en el balance de su vida, porque la
balanza democrática es cuestión de familia globalizada,
jamás de divinidades en el reino de los pronombres.
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