Paseando por el Revellín (si alguien tiene buena
disposición, le agradeceré me aclaren porqué algunas veces
escriben Rebellín, con B, o otras Revellín, con V) me acerco
al centro de avituallamiento como llamo yo a uno de esos
restaurante-bar de la calle que lleva el nombre de uno de
los gobernadores portugueses de la ciudad, y famoso por su
esmerada cocina de pescaítos y mariscos. Lo llamo centro de
avituallamiento porque no me quito de la cabeza que estamos
en un cuartel antes que en una ciudad.
En el centro de avituallamiento me encuentro con mi amigo
Antonio Fuentes León, que me aguarda desde hace media hora
según me dice, y tras fundirnos en un fuerte abrazo como
corresponde a viejos amigos, aunque nos hemos conocido hace
dos años, y nos confesamos mutuamente nuestras cuitas del
tiempo que hemos pasados distanciados, aunque éste fuera de
escasamente cuatro meses.
Me dio un enorme alegrón la noticia que me dio: la
presentación de su libro sobre los músicos ceutíes del rock
tanto tiempo esperada. Mucho empeño y dedicación puso en la
obra, aunque para mí sea un pequeño pellizco de todo los
proyectos que este hombre puede hacer. Y son muchos.
Se que estuvimos jugando al fútbol en los mismos campos de
Dios, que tenemos amigos comunes de nuestra infancia y
juventud. De hecho su cuñado Gonzalo es amigo mío desde que
sabía andar y no digamos nadar, allá por La Legión, La
Marina y Teniente Pacheco, tiempos en que no existía el
parque Marítimo y sí una especie de playa super contaminada
cuyos bañistas eran enormes ratas grises, ratas comunes como
creo que aún hoy en día existen en la ciudad con otros
pelajes.
Por la tarde volvimos a reunirnos en la Gran Vía, segundo
centro de avituallamiento personal mío, donde sirven un
exquisito té moruno de excelentes cualidades digestivas como
para soltar pedos y cuyo nombre tiene connotaciones
granadinas como un recuerdo nostálgico de quienes fueron y
no lo son. Objeto hoy en día de ciertas reivindicaciones de
los fundamentalistas musulmanes.
Mas tarde y para rematar la faena de estropear el estómago
con mezcolanzas líquidas de todos los calibres, acudimos a
un bar donde las tapas hacen honor al nombre y el rioja que
sirven calienta las vísceras lo suyo. Lugar que se
convierte, como su nombre lo indica, en el mentidero donde
se sueltan toda clase de noticias y donde algunos clientes
abren sus orejas hasta el tamaño de la de los elefantes
africanos para captar cualquier noticia por nimia que sea,
con no sé que oscuros fines.
Hoy, por el jueves, tras pasar por redacción y de vuelta a
casa, me encuentro con otro amigo, éste mas reciente aún,
compañero de ese cuento de darle al teclado. El imponderable
e inquebrantable Manolo de la Torre, sabe ganarse el aprecio
de la gente que él mismo aprecia. Su amena charla, que
mantuvimos en un bar en forma de isla cuadrada rodeada por
aceras en todos sus lados, sito justo enfrente de mi casa, y
con sendos riojas bañando un excelente jamón, me hizo pasar
un rato agradable. Nuestra charla, en forma de confidencias
informales quedaron en eso: confidencias informales.
Se estarán preguntando Vds., queridos lectores, que a cuenta
de qué estoy redactando estas líneas… es que estoy nervioso
porque no puedo salir de la ciudad. El bendito temporal de
Levante no me permite embarcar y los helicóperos de
Helisureste andan saturados de reservas hasta varios días
después del que tengo comprometido con mi familia, allá en
la distante Mataró, ahora más distante que nunca.
Si mañana, por el viernes, no consigo embarcar… tal vez me
arriesgue e imite a esos sufridos inmigrantes embarcándome
en un cayuco… pero de pequeñas dimensiones. Sueño imposible,
porque el canguelo que me produce enfrentarme a inmensas
olas es muy fuerte. No por mí, sino por mi mujer y mi
hijito. 14 kilómetros o 7,56 millas marinas, como prefieran,
de travesía a través de inmensos toboganes de salado líquido
no es cosa de broma. Sin contar con que la corriente tal vez
me llevaría, ya cadáver, a Las Azores.
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