De las veces que ha venido a
Ceuta, una de ellas estuvo en “La peña del ladrillo”, cuya
sede está en la “Tasca de Pedro”. Llegó en compañía de
Javier Arnaiz: arquitecto municipal. Y compartió una
hora de ocio con quienes estábamos sentado a la mesa aquel
día.
Su austero proceder infundía respeto. A la par que todo él
respiraba placidez. Hablaba Álvaro Siza con voz queda
y musical. Pronto, como por arte de ensalmo, todos
comprendimos que entre nosotros había alguien superior. Una
especie de sabio a quien convenía oír sin perderse el menor
detalle de lo poco que pudiera decir. La conversación
transcurrió por cauces terrenales. Salieron a relucir las
bondades de ciertos vinos, el momento actual del fútbol, y
supimos cuáles eran sus preferencias gastronómicas, y sus
figuras preferidas del toreo y del deporte en general.
Nadie osó preguntarle por cuestiones relacionadas con la
arquitectura; de cuya profesión ha hecho Álvaro Siza un arte
inigualable, reconocido universalmente. Los allí reunidos,
conocedores de su fama, no caímos en la tentación de
inquirirle acerca de si fue la obra de Gaudí la que le
cambió su vida o si era verdad que dibujaba sus proyectos en
las mesas de los cafés, mientras desparramaba su mirada
cansada por todo logro de armonía femenina que se pusiera a
su alcance.
Y, por supuesto, hubiera sido pecado mortal referirse en su
presencia a la Manzana del Revellín. Y mucho menos sacar a
relucir los problemas que está causando la obra por deseo de
alguien que no cesa de propalar que él ha sido capaz de
paralizarla. Y se jacta de ello, cada día, como si esa
intervención pudiera paliar en gran medida todos sus
fracasos como político. Juan Luis Aróstegui cree que
su actitud es digna de darse el pote correspondiente. Sin
saber que la suya ha sido una victoria pírrica.
Aquel día, en el cual Javier Arnaiz tuvo la feliz idea de
ponernos en contacto con un portugués genial, que vence su
timidez comunicándose con sosiego y dejando que los demás
hablen, mientras él a lo mejor sueña como poeta, todos los
tertulianos comprendimos que estábamos ante alguien único.
Desde entonces, ha habido políticos y empresarios que han
jugado con el nombre del arquitecto nacido en Matosinhos,
cerca de Oporto, con el único fin de desorientar a los
ciudadanos. Políticos y empresarios que estaban convencidos
de que Alvaro Siza iba a poner el grito en el cielo cuando
le dijeran que en su proyecto había que incluir un mercado.
Y tan seguros estaban de ello, que cometieron el error de
declarar que cualquier respuesta del arquitecto en relación
con la manzana sería aceptada. No en vano, destacaban su
enorme categoría y su más que demostrada independencia en
todos los aspectos. Y hablaban verdad. Sin duda.
Por consiguiente, convendrán ustedes conmigo que, una vez
leída las declaraciones del autor del proyecto, en este
periódico, el jueves pasado, quienes así pensaban no
debieran abrir la boca nunca más para criticar, ni mucho ni
poco, la idea de darle vida a un mercado en la Manzana del
Revellín.
Pues Álvaro Siza, arquitecto genial, ha sabido darnos una
lección de humildad al declarar que “el uso comercial es
complementario al cultural”. Una lección de humildad de la
buena. Así, como ustedes comprenderán, su desprendimiento
nos permite insistir en que, amén de arquitecto, es persona
sabia.
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