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OPINIÓN - SÁBADO, 22 DE DICIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / SNIPER

“Aid Al Adha”, en la medina
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

Según salía de casa atravesando las callejuelas de la medina, circundada por viejos bastiones defensivos del siglo XVI, fogatas encendidas por la muchachada en las esquinas quemaban las cabezas de los animales sacrificados, llenando el aire de humo acre y un olor a cuerno quemado. Les pongo estas líneas a la vera de la gran mezquita “Hassán II”, al lado de la explanada y cerca del colegio “Al Edrissi” donde el viernes 30 de noviembre caía, brutalmente masacrado por un brigada de la policía y varios cómplices del asesino (todos miembros de la BLIR, “Brigada Ligera de Intervención Rápida”, desplazada recientemente para reforzar ¡la seguridad! de la capital económica del Reino) un jovencísimo estudiante de 16 años, Hamza, al que estos días recuerda un atribulado vecindario. Me lo cuentan en la cafetería “Espace El Arsa”, frente al acuartelamiento del “Secteur Marítime Centre” de la Marina Real (instalaciones con el típico aire del colonialismo francés) donde me he refugiado de la lluvia a tomar un té. La buena gente solo quiere que se haga justicia castigándose a los culpables. Sin subterfugios o componendas.

Entré el jueves en Casablanca (una de las grandes metrópolis de África) ya de noche, en medio de un fuerte tráfico y una obstinada lluvia presente desde Bouznika. Por aquí hubo un asentamiento fenicio en el siglo VI antes de la Era Común y en sus inmediaciones se han encontrado interesantes restos humanos del Paleolítico, entre ellos el famoso “Hombre de Casablanca” hallado un año antes de la Independencia, en 1955, en la cueva de Sidi Abderrahmán. Con 8000 habitantes en 1860 y sobre 20000 en 1907 la ciudad fue lanzada al desarrollo por un conocido militar “africanista” de reconocido prestigio, el mariscal francés Lyautey, entre 1912 y 1925 siendo en la actualidad, con varios millones de habitantes, el pulmón económico y financiero (además de un quebradero de cabeza en el plano de la seguridad) del Reino de Marruecos.

Ayer por la mañana, a primera hora, participé con mi machete reglamentario del AK-47 (de factura rusa, recuerdo de los tiempos de Oriente Medio) en un ritual milenario, degollando con un rápido y limpio tajo a un rollizo cordero de menos de un año con el que contribuía (1500 dirhams al cambio) a la fiesta familiar, que agonizó con presteza ahogado en su propia sangre en menos de un minuto. Todo en honor al común padre Abrahám (Ibrahim para los musulmanes), quien a punto estuvo de sacrificar a su propio hijo llevado de su celo por Dios (o Yahvé, o Alláh… ¡qué más da!) como nos describe, con colorista y trágica rudeza no exenta de poesía, el texto de la Biblia hebrea. Todo Marruecos vibra con ritmo de tribu: desde el aduar más humilde, en las nevadas cumbres del Atlas o en las doradas arenas del desierto, al chalet de cualquier lujosa urbanización. De las azoteas cuelgan lanudas pieles desolladas. Racionalizo la experiencia, siendo consciente de que he tomado parte en un antiquísimo ritual que marca, en la historia de la fenomenología de la religión, el tránsito entre la ruptura con los sacrificios humanos a su sublimación por medio de una ofrenda animal, como practica el Islam siguiendo los pasos del Judaísmo; la teología cristiana lo depuró aun más. Pero esa es ya otra historia.
 

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