En estos días navideños, cuando se
van cumpliendo años, los recuerdos de épocas pasadas vuelven
con fuerza a nuestra mente haciéndonos ver, con toda
claridad, cada momento vivido y con las personas que
compartimos esos inolvidables instantes de nuestra juventud.
Amigos que compartieron nuestra juventud y que hace años,
por diversas razones abandonaron esta tierra para instalarse
en otros lugares de la Península. Amigos con los que
compartimos juegos e historias de amores, de esos primeros
amores de juventud, de esa juventud que jamás volverá.
Amigos que, en definitiva, dejaron huellas en nuestras
vidas.
La amistad, el afecto o el amor hacia las personas son
sentimientos y como tales nunca se podrían definir, como
tampoco se podría definir qué es la amistad puesto que ella
es, simple y llanamente, un sentimiento nacido entre las
personas.
Y esa amistad nacida desde la juventud, se va forjando, cada
día, con más fuerzas entre las personas que se sienten
orgullosos de ser amigos.
Después de muchos años sin saber de un gran amigo, Gonzalo
Belizón Buadas, más conocidos entre sus amigos por “Cría,
seudónimo adquirido de su hermano mayor, allá en la tierra
de los “cañaillas”, con el sabor de las salinas gaditanas,
hace un par de años tuve la oportunidad de abrazar a este
amigo del que sólo sabía que vivía en Barcelona.
Al fundirnos en aquel abrazo de amistad sincera, se me vino
a la memoria, todos los años jóvenes compartidos en nuestra
plaza de Azcarate, donde “Cría” era todo un ídolo para
aquello niños que soñábamos con ser futbolista.
Y allí en aquella plaza, entre sus árboles se jugaban
auténticos encuentros de fútbol, haciendo que todos sus
aledaños se llenasen de espectadores para ver jugar esos
encuentros, pero sobre todo para presenciar lo que era
capaza de hacer con un balón en los píes aquel chaval moreno
que despertaba la admiración de todos, “Cría”.
Gonzalo empezó, si mal no recuerdo, jugando en el Javier, un
equipo creado, como otros, por el párroco de la iglesia de
los Remedios, Francisco Muñoz de Arenillas que, de esa
forma, atraía a todos los chavales de los barrios ceutíes. Y
como todo hay que decirlo, Gonzalo era el ojito derecho del
cura, que veía en él al cabecilla capaz de dominarnos a los
demás por sus grandes cualidades de “pelotero”.Y el cura
acertaba de pleno. Todos queríamos ser como “Cría”.
Pero. Gonzalo, no sólo era un genial futbolista sino un
atleta completo, igual jugaba al fútbol que corría fondo que
se jugaba un partido de baloncesto.
La vida, esa vida que todos tenemos, le jugó una mala pasada
a aquel chaval que tenía todas las trazas y todos los
conocimientos futbolísticos, para llegar a ser figura a
nivel nacional del deporte rey. Una lesión, maldita lesión,
privó al fútbol español de lo que hubiese sido una gran
figura. Nunca he mentido, porque no sé mentir, y esta es la
pequeña historia de un gran amigo. Un abrazo, Gonzalo
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