Fue un día del mes de julio,
cuando el presidente de la Ciudad paseaba por la calle
departiendo con personas de su séquito habitual, que pude
hablar con él lo justo para decirle que se anduviera con
tiento, porque agazapados estaban unos años de gobierno nada
fáciles. Su respuesta fue la siguiente:
-Todo está bajo control –me dijo.
Y allá que siguió dándose su garbeo por el centro de la
ciudad, entre la simpatía general. Y requerido por quienes
gustan de saludarlo y estrechar su mano. Un ritual que viene
cumpliéndose desde que accedió a la presidencia.
Aquel día pensé, como otras muchas veces, mientras se
alejaba Juan Vivas colmado de felicitaciones por
doquier y recibiendo muestras de afecto, a cada paso que
daba, que pocas personas han conseguido ser tan festejada en
su pueblo. Eso sí, tampoco se me pasó por alto el
preguntarme: cuánto habrá de contenerse este hombre para que
no se le despeguen los pies del suelo.
E inmediatamente, también deduje que ese estar de Vivas en
permanente estado de gracia ante tan grande mayoría
ciudadana, lleva consigo mucha envidia. La cual se habrá ido
incrementando a medida que el prestigio del gobernante se
expandía por la Península. Una envidia que uno acierta a
percibir en ciertas personas que otrora hablaban del
funcionario Vivas como de alguien singular y que estaba
destinado a hacer carrera en el Ayuntamiento. Ahora bien,
jamás imaginaron que aquel funcionario de buenos modales y
tan listo cual hábil como para no complicarse la vida entre
políticos y empresarios, por frecuentarlos, iba a
convertirse en el cargo público más admirado de esta tierra.
Incluso si viviera Eduardo Hernández, quien hace
veintitantos años auguró que Juan Vivas llegaría a ser un
personaje destacado de esta ciudad, se sorprendería del
momento estelar que está viviendo la persona en que él había
depositado toda su confianza. Y aun puedo asegurar que no se
cortaría lo más mínimo a la hora de preguntarle si el
sentirse tan encumbrado ha turbado su tranquilidad
doméstica.
Porque hay que ser muy fuerte de mente para permanecer como
si tal cosa viendo la vanagloria de muchos de sus
subordinados. De qué modo lo ensalzan y le hacen
continuamente el pasillo de campeón. Motivos suficientes
para que el presidente termine pervirtiendo su primitiva
modestia. Y es ahí donde radica el peligro.
Por lo tanto, y aunque nuestro hombre ha dado siempre
muestras sobradas de no dejarse llevar por las emociones,
muy conveniente sería que alguien se encargara de recordarle
sus errores; de ponerle al tanto de sus carencias; de
indicarle la conveniencia de no repetir ciertos tiques; y de
evitar maneras de proceder que desemboquen en lo empalagoso.
Alguien que vaya a su vera recordándole lo que les solían
recordar a los emperadores romanos.
Lo digo porque sus enemigos se van multiplicando y la
envidia está aumentando. Menos mal que, según dice el
indecible Aróstegui, Vivas “domina todos los resortes de
información operativa en la ciudad”. Lo que no entiendo es
que el presidente de la Ciudad, que sabe vida y milagros de
todos los cargos públicos, no se decida a largar,
detalladamente, de las actividades pasadas y presentes de un
Aróstegui que ha llamado provincianos incultos a los
ciudadanos de Ceuta, en su “dardo de los jueves”.
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