En estos días de navidad, no sé
por qué, me deprimo y mi mente viaja en el tiempo recordando
tiempos pasados. Siempre se ha dicho que:”tiempos pasados
nunca fueron mejores”. No estoy muy de acuerdo con esa frase
auque, por supuesto, no voy a negar que en ella hay algo de
verdad, puesto que sería de ignorante no reconocer los
avances que ha experimento el mundo, en todas sus facetas,
con el paso del tiempo.
Pero hay algo, en los humanos, que a pesar de todos esos
adelantos no se puede borrar, como son los años de nuestra
niñez donde, en muchas ocasiones fuimos felices. Y esos
momentos felices, de aquella época permanecen en el mejor
disco duro del mejor ordenador del mundo, el cerebro.
Y son en estas ocasiones, cuando se acercan las fiestas
navideñas y los años van pasando con toda rapidez, cuando
volvemos a pedir a ese disco duro, que nos devuelva al
pasado para recordar esos momentos de felicidad,. Que nada
ni nadie podrán borrar de nuestro cerebro.
Esos recuerdos, hoy al sentarme ante el ordenador, se
agolpan en mi memoria haciéndome revivir ese tiempo pasado
que, en algunas de sus facetas, fue mejor que los actuales.
Quizás porque me devuelven a una época perdida, que jamás se
recuperará, como es mi niñez vivida allí en mi adorado
Callejón de Lobo junto a muchos amigos, mis amigos de
siempre, algunos de los cuales, desgraciadamente, ya no se
encuentran entre nosotros, pero no por ello dejan de faltar
a esa cita a la que me lleva mis recuerdos del ayer.
Las navidades de aquella época de mi niñez, se diferencian
mucho de las que hoy día se celebran. Había en ellas algo
que existía y que, hoy, por mucho que hablen y hablen de
ella brilla pos su ausencia, la solidaridad.
Hoy no existen aquellos intercambios de comida, ofreciendo
unos a otros la comida de la que carecían. Era ese
intercambio solidario, donde ninguno de los vecinos se
quedaba sin celebrar la navidad, teniendo de todo un poco. Y
todo ello, a pesar de que pobres, en su propia pobreza, era
poco lo que podían ofrecer, pero ese poco suponía un mucho.
El muslo de un pololo criado en el patio o en el retrete de
la casa, durante todo el año, suponía el poder hace unas
sopas que sabían a gloria pura. Los tres roscos de los seis
que tenía la vecina de al lado o los dos polvorones de los
cuatro que le habían regalado al marido de la vecina de
enfrente, junto a la botella de anís del mono o la botella
de coñac malla blanca, la malla amarilla era más cara,
suponía la celebración, por todo lo alto, de esas fiestas
navideñas, donde la solidaridad alcanzaba su máximo
esplendor. ¿De qué solidaridad me hablan tanto hoy, cuando
cada uno va a lo suyo sin importarle, , absolutamente, nada
los demás?.
En solidaridad, en aquella época de mí niñez, superábamos en
un altísimo porcentaje a esta época en la que tanto se
utiliza la palabra solidaridad cuando, realmente, no existe.
Por todas estas cosas y otras que ya no tengo espacio para
contar sigo pensando que, en algunas cosas, tiempos pasados
sí fueron mejores. ¿O no?
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