Sevillano, nacido de padre y madre sevillanos y muy
orgulloso de ello, sin embargo, no tengo más remedio que
reconocer que queriendo o sin querer tengo una irreprimible
envidia por los que tienen ‘patria chica’. Tanto es así que
estando casado con una manchega más sevillana que yo, yo por
mi cuenta me he hecho adoptar por el pequeño pueblo manchego
donde nació mi esposa.
Estos pensamientos están paseando por mi mente mientras
aparco el coche para asistir a la primera comida de
confraternización de ceutíes en Sevilla. Para ser más
exacto, el ágape se celebra en la ciudad que dio dos
emperadores al Imperio Romano, Adriano y Trajano, Itálica,
hoy Santiponce, acontecimiento que me augura un buen futuro
para la naciente ‘Casa de Ceuta en Sevilla’. Van llegando
los norteafricanos por nacimiento y españoles de sentimiento
e históricamente por decisión. Casi todos con los mismos
propósitos. Los viejos quieren reconocer amigos y convecinos
de otros tiempos.
Los maduros y maduras, ver y recordar a los compañeros de
sus quintas y guateques. Los jóvenes con cierto excepticismo
de los dudosos resultados que les va a aportar tan clásica
reunión. Tener una ‘patria chica’ es muy bonito, pero si
además la ‘patria chica’ es chica chica, por mejor decir es
una isla aunque no geográfica, sí a nivel de comunicación y
cultural, eso debe de ser una gozada. Yo, sevillano,
invitado a una comida que será el primer grano de arena de
la Casa de Ceuta en Sevilla por mi amigo caballa Francisco
Calderón, el del Banco Hispano, me siento, del verbo sentar,
en compañía de otro caballa al que acaban de presentarme,
Joaquín Lázaro Moronta (abuelo), en una mesa perfectamente
equipada estética y culinariamente. Veo, observo, me encanto
de conocer a uno y a otros en cada presentación y empiezo a
pensar y a alucinar.
Pienso: Las gentes de Ceuta todos son muy generosos y además
muy respetuosos con uno de los mandatos del Ser Supremo,
pues cumplen a plena satisfacción la orden del “Creced y
Multiplicaos”, tanto es así que su territorio se les queda
pequeño y no tienen más remedio que renunciar a poder vivir,
trabajar, educarse, educar y multiplicarse en su ‘patria
chica’. La existencia paga al amor con amor y a la vida con
vida. Y la existencia a la gente de Ceuta o quizás Ceuta, en
abstracto ha pagado a esa gente norteafricana con ese amor a
su ‘patria chica’, por esa razón con seguridad habrá ceutíes
de Ceuta, Madrid, Toledo, Cádiz, Huelva, Córdoba, Valencia,
Puerto de Santa María, Jerez de la Frontera... y Sevilla.
Era lógico que allí no estuvieran todos los ceutíes de la
diáspora, pero sí había una amplia representación en clases
económicas, sociales y políticas. Hombres ya ilustres (los
señores Olivencia y Chaves), uno presente y otro presente en
sentimientos. Relevantes hombres de empresas actualmente en
candelero (señores Calvo, Carrillo, Pasamar, García
Benítez...). Formadores de opinión y muy culpables del
evento que comento (señoras Guzmán y Juste y el señor
Hachuel) y otros que lo fueron en otros tiempos (señor
Amores).
La auténtica gozada, es inenarrable, pues no es posible
relatar la cantidad de recuerdos, cuchilleos y anécdotas de
los ceutíes de a pie. Unos con muy buena fe y otros... Los
‘ceutíes’ consortes y simpatizantes que asistíamos al
espectáculo divertidamente. Todos o casi todos ellos, los
ceutíes residentes y no residentes, coincidían y creo que se
arrepentían algo viendo cómo se sentían de bien saludándose,
riéndose y comiendo en la antigua ciudad de los empreradores
romanos y como en su ‘patrica chica, chica’ a veces se
ignoran.
En los ojos de más de uno creí ver propósito de enmienda.
Por último sonrío mientras recuerdo y escribo, como uno de
los más saludado y apreciado fue el humilde, con mayúsculas,
Pepe, el encargado de ‘La tienda de Marcelino’, que hoy
también vive en Sevilla en casa de su hijo, ejecutivo de una
multinacional. O escuchando a Joaquín (abuelo), como me
contaba con gracejo gaditano, que si él llevara los segundos
apellidos de sus padres, el Joaquín se llamaría Joaquín
Abuelo Nieto.
Su excelentísimo señor presidente-alcalde, Jesús Cayetano
Fortes, dio la talla. Hubo momentos en los que le hubiera
gustado tener más de un cuerpo para atender a sus ceutíes.
Disfrutó como un chiquillo con juguete nuevo reconociendo a
antiguos compañeros de los Agustinos y de la mili. Yo tuve
la satisfacción, como sevillano de nacimiento y envidioso de
‘patria chica’, de regalarle un pisacorbatas de nuestro ‘Giraldillo’.
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