Frente a un mundo que arde en la
hipocresía de los deseos, mientras una legión de seres
humanos se desespera en el vacío más profundo, se me ocurre
proponer el recogimiento interior para estas fiestas, en el
que la apariencia suele mandar y el ruido impera como el
falso color de los abrazos. Por desgracia, suele quedar
atrás la auténtica tradición que unía a las familias, bajo
los signos verdaderos de la Navidad. La razón de ser de
estas fiestas, salvo excepciones, son más bien un sucedáneo.
Las hemos convertido en un desorbitado festín, donde el
consumo no tiene límites mientras la tarjeta de crédito
resista nuestro derroche. Todo lo contrario al anuncio de
ese humilde portal de Belén que celebramos, donde en el
silencio y en la oscuridad de la noche, se crece una
misteriosa luz que envuelve a los pueblos de gozo. Y es que
Dios vino a habitar entre nosotros, de manera sencilla y
sentida. Pues sí, se acercó a nosotros y resulta que los
suyos no le quisieron recibir. Han pasado los siglos,
seguimos celebrando la Navidad aunque sea descafeinada, y,
la voz de los sin voz, tampoco suele ser acogida.
Ahí está el llamamiento moral de los que todavía no tienen
techo y viven en la marginalidad. La soberbia humana impide
que se enraíce el amor a los cimientos de la vida, porque
siempre pone en lo alto el interés y en los caminos la teja
de la mentira. ¿Cómo podemos, entonces, celebrar estas
fiestas cristianas bajo la sombra de tantas amenazas a la
concordia, cuando además se ha perdido la autenticidad de
los valores? Pienso que, quizás por ello, nuestra
felicitación navideña se hace más inevitable e
indispensable. Hay que plantearse, desde luego, que la
Navidad vuelva a ser lo que fue y, si es posible, que lo sea
durante todo el año.
La Navidad que yo deseo se escribe con mayúsculas, como ese
Niño grande que nos nace por dentro y nos hace pequeños,
porque diminuto es el corazón humano ante la inmensidad del
orbe. A veces cuesta interrogarse y hallar respuesta. ¿Por
qué la familia humana da la espalda a ese Niño, que es puro
corazón, y entra en guerra con él? La unión de los corazones
es la gran necesidad del hombre actual. No es posible,
porque reina la inhumana cultura como doctrina transmitida
por injustos poderes y gobiernan falsos y farsantes
cultivos, acosando y ahogando libres pensamientos. Divide y
vencerás. Nunca mejor dicho para ignorarse, odiarse y
combatir. A la especie humana le falta unidad en los
principios, verdad en las ideas, en las concepciones de la
existencia y de la vida, y le sobra arrogantes que se creen
dioses. En el portal de Belén, también el Niño se deja
conquistar por el humilde y rechaza la arrogancia del
orgulloso.
Yo deseo que esta Navidad sea la del amor sin condiciones ni
condicionantes, ocasión propicia para renovar tantas
poéticas olvidadas, para adquirir el compromiso de
fortalecer los lazos fraternales, para superar los
conflictos familiares, para perdonar de corazón a quienes
nos han ofendido y reconciliarnos, para volver al Amor
primero que tan gozosamente han injertado los poetas de
todos los tiempos al mundo. “Ama hasta que te duela. Si te
duele es buena señal” –dijo Teresa de Calcuta, misionera del
verso y santa en el cultivo-. Téngase en cuenta que amar es
sobre todo comprender. Entendernos y entender que el Niño
nació, dice San Agustín, en la época del año en que los días
comienzan ya a crecer de inmediato, porque venía a
iluminarnos; nació en el invierno, símbolo de la frialdad de
las almas, porque venía a calentarnos. Nació en Belén, que
significa “Casa del Pan”, porque venía a alimentarnos. Todo
un acontecimiento de tierna luz y de vida eterna. Nos
sobrecoge asimismo, saber cómo María es la que más espera la
Navidad, el Nacimiento de Cristo Jesús. Qué grandeza más
grande.En suma, la Navidad que yo deseo, es que junto al
árbol y el belén, signos que forman parte de nuestro
patrimonio espiritual, prevalezca el amor sobre todo lo
demás. Sin duda, creo que los más duros grilletes son los de
un corazón cerrado a los sentimientos que se atreve a poner
valor y medida al amor.
Misteriosamente, a pesar de los pesares, como por arte de
magia, las fiestas navideñas evocan sentimientos de
solidaridad y atención al prójimo. Un año más el espíritu
navideño nos atrapa, aunque nos ciegue el consumo. Hoy la
fraternidad se impone. La propuesta es fuerte. Navidad es
amor. Es necesario que caigan las barreras del egoísmo y que
lo confirmen los vates, que son los únicos que han
conservado los ojos de niño en este mundo de adúlteros
adultos, para que quede registrado en la palabra. Porque la
palabra se hizo verso que habla en lenguas fraternas. El
futuro es de la poesía que hermana por los caminos de la
verdad. Navidad puede ser el primer verso de felicidad que
nos llevemos a los labios. Deseo que así sea.
Dejemos, por consiguiente, que nuestra mirada se torne poeta
y así podamos ver. Y así podremos vivir soñando lo que puede
ser real: Esta noche es noche buena… buena noche de paz.
¡Felicidades!
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