Tengo la buena costumbre de tomar
apuntes de lo que leo. Y la no tan buena de subrayar los
libros con bolígrafo. Algo que conocen perfectamente las
personas que han sido en ocasiones depositarias de algunos
de ellos. Poseo un tomo con obras de Ortega y
Gasset, cuyo deterioro es cada vez más evidente. Verdad
es que lleva muchos años conmigo. Y ello, unido a que ha
sido usado muchas veces y subrayado sin piedad, ha acelerado
su estropeamiento. Aunque no hasta el punto de que me sea
imposible leer sus páginas.
Ortega y Gasset es muy citado pero poco leído. Y “La
rebelión de las masas”, uno de sus mas afamados ensayos,
suele andar de boca en boca. Pero me atrevería a decir que
son los menos quienes pueden hablar del hombre-masa y de las
minorías selectas con la propiedad que otorga haber leído,
una y otra vez, las reflexiones de nuestro gran filósofo.
Podría, muy bien -y ya pueden tacharme de pedante-, hacer de
memoria una exposición clara de la diferencia existente
entre el tonto y el perspicaz. Pero prefiero transcribir
literalmente, el párrafo subrayado en la página 1101, del
tomo ya reseñado.
“Nos encontramos, pues, con la misma diferencia que
eternamente existe entre el tonto y el perspicaz. Éste se
sorprende a sí mismo siempre a dos dedos de ser tonto; por
ello hace un esfuerzo para escapar a la inminente tontería,
y en ese esfuerzo consiste la inteligencia. El tonto, en
cambio, no se sospecha a sí mismo: se parece discretísimo, y
de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se
asienta e instala en su propia torpeza. Como esos insectos
que no hay manera de extraer fuera del orificio en que
habitan, no hay modo de desalojar al tonto de su tontería,
llevarle de paseo un rato más allá de su ceguera y obligarle
a que contraste su torpe visión habitual con otros modos de
ver más sutiles. El tonto es vitalicio y sin poros”. Por eso
decía Anatole France que un necio es mucho más
funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas
veces; el necio, jamás.
El presidente de la Federación de Fútbol de Ceuta nos llama
mentirosos a quienes pedimos claridad en las cuentas del
organismo que preside. Está convencido, además, que la única
verdad es la suya. Y que todo bien es lo que a él le produce
utilidad. Es, pues, un tonto que lucha denodadamente por
llenar la botarga con el mínimo esfuerzo. Aunque en el
empeño deba escribir un espacio desde el que produce
vergüenza ajena.
Los tontos, además, lo son no sólo por creer que han
encontrado la felicidad absoluta y diaria, sino por airearla
a los cuatro vientos. Y, claro, cualquiera que no entienda
esa felicidad de los necios es un ser amargado. El tonto,
puede ser listo; listo con ganas. En este caso, lo
demuestran sus acciones. Fue seguidor de las consignas del
GIL y ahora parece que es el fundador del Partido Popular.
El tonto es de poco pensar. Lo arregla todo con cuatro
reflexiones trasnochadas y unas ideas integristas. Sigue
siendo un cavernícola incorregible. En el fondo, los tontos
ni son buenos ni agradecidos. Y muy dados a pedir mano dura
para quienes no sean de su cuerda.
Y lo peor, y eso sí que es un tormento para los prójimos, es
que este tonto está convencido de que ha sido elegido por la
Providencia para conducir a su pueblo por el camino de la
salvación.
|