Hace tiempo que el pueblo habla,
aunque nadie le escuche. Sobre todo, lo hace desde la
soledad y el silencio del terruño. Sólo hay que sentirlo y
ascender por el linaje de su aire para descubrir el abandono
de municipios, la exclusión de aldeas en las que ya sólo
dormita el tiempo y cuatro viejos a los que les sostiene la
añoranza del recuerdo. Por doquier se encuentran, caseríos
perdidos, cortijos desmantelados, caminos vaciados de vida o
viciados por la mano del hombre. Desde luego, el clan de la
ciudad ha aplastado a la tribu del pueblo. Al pueblo, pueblo
de campo o mar, lo han embadurnado de urbes, hasta robarle
sus tradiciones. Otros pueblos han corrido peor suerte y han
perdido la vida que, en otro tiempo, fue pletórica. Aquella
memoria viva de conciencia colectiva, de pueblo unido jamás
será vencido, se ha quedado despoblada también. El modo de
pensar y de vivir en familia, haciendo familia, igualmente
se ha desvirtuado. La ciudad ha domado al pueblo y el pueblo
ha dejado de existir.
Ahora una ley quiere mantener al pueblo como tal,
prometiendo mejoras en calidad de vida y renta para sus
habitantes. La norma subraya la importancia actual del medio
rural en España, que integra al veinte por ciento de la
población, elevándolo hasta el treinta y cinco por ciento si
se incluyen las zonas periurbanas, afectando al noventa por
ciento del territorio, advirtiendo que en este inmenso
territorio rural se encuentran la totalidad de nuestros
recursos naturales y una parte significativa de nuestro
patrimonio cultural, así como las nuevas tendencias
observadas en la localización de la actividad económica y
residencial, confiriendo a este medio, una relevancia mayor
de la concedida en nuestra historia reciente. A buenas horas
mangas verdes, que decía mi abuela.
El atraso económico y social de nuestros pueblos ha llegado
a unos límites insostenibles. Soy de los que pienso que no
hay política rural que la levante a corto plazo. Nos han
“vendido”, cuando no obligado, a integrarnos en los
rascacielos de las colmenas, si queríamos mejorar de vida.
Por desgracia, estamos confinados a vivir en ciudades
ruidosas, crecientes de contaminación e inhumanas a más no
poder.
Hasta ahora no hemos sido libres de vivir como queremos,
donde queramos. Eso de buscar entre las ramas de la vida el
aposento deseado, o sea la felicidad a la que todos tenemos
derecho, lo hemos tenido que supeditar a un esclavo sistema
productivo, que conlleva hasta la fijación de residencia.
León Felipe aconsejaba a los poetas que nunca cantasen la
vida de un mismo pueblo, ni la flor de un solo huerto, que
fuesen todos los pueblos y todos los huertos nuestros.
Siguiendo esta misma estela, si todas las personas que
tienen una función en la vida social, todas las que
participan en el gobierno de las comunidades y regiones,
hiciesen lo posible para que todos los pueblos sin
distinción alguna, pudiesen beneficiarse de las riquezas del
país, viviesen donde viviesen, según los principios de
justicia y equidad, seguramente se volverían a repoblar
nuestros pueblos.
En cualquier caso, nos llena de esperanza que una nueva
norma persiga la mejora de la situación socioeconómica de la
población de las zonas rurales y el acceso a unos servicios
públicos suficientes y de calidad. Y que, en particular, se
conceda una atención preferente a las mujeres y a los
jóvenes, de los cuales depende en gran medida el futuro de
nuestros pueblos. Para lograr este objetivo, seguramente
tendremos que ir más allá del espíritu de la ley, y tengamos
que privilegiar una educación en los valores humanos y
morales que permita a cada joven tomar confianza en sí
mismo, esperar en el futuro, y asumir su papel en el
crecimiento de la nación, formada por pueblos y ciudades que
han de saberse integrarse y ayudarse, con un sentimiento
cada vez más agudo de preocupación por el prójimo. Habla
pueblo habla. Sigue hablándonos. Haber, si por fin, te
escuchamos.
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