Bajo el título de “Los viernes con
De la Encina”, a principios del mes pasado, me dio a mí por
destacar cómo la prensa agradecía el juego que estaba dando
el diputado por Cádiz y presidente de la Comisión Delegada
del PSOE en Ceuta, durante el día elegido para atender a
quienes desearan entrevistarse con él. Al par que incidía en
algo que tenía asumido: Salvador de la Encina es un
político brillante.
Una brillantez desconocida por innumerables ciudadanos. Y
otros muchos ni siquiera sabían que fue nacido en Ceuta.
Recordé también, como no podía ser menos, que en Ferraz le
habían encomendado una acción compleja; o sea, tan difícil
cual antipática Aunque semejante misión tenía su parte
favorable: le iba a permitir darse a conocer y ganarse a
mucha gente para su causa.
Y argumentaba los motivos de esa predicción. Es persona
siempre dispuesta a reunirse con quienes lo solicitan;
destaca por su carácter sereno y afable; y sobre todo hacía
hincapié en algo muy importante: De la Encina transmite
credibilidad, aun siendo político. Lo cual tiene un mérito
incuestionable.
Lo que no dije, entonces de él, es que su llegada había sido
mal vista por quienes se ponen nerviosos cuando han de
enfrentarse a alguien con capacidad suficiente para llamar
la atención ciudadana. Alguien con tirón. Y no lo hice, pese
a pensarlo, por no predisponerle el ambiente en su contra.
En este caso, se ha cumplido el refrán de piensa mal y
acertarás. Puesto que Basilio Fernández tardó, nada y
menos, en salir corriendo hacia el juzgado de guardia para
poner la denuncia correspondiente. Una denuncia que
encerraba un deseo: que todo siga igual pero que De la
Encina no aparezca por aquí ni un viernes más.
Y, claro, se le ha visto el plumero. Lo que quería, y sigue
queriendo Fernández, es que sea Enrique Moya la única
persona visible para que él y los suyos -es decir, los
llamados críticos- puedan zurrarle la badana sin solución de
continuidad. Cebarse con él a todas horas. Sambenitarlo
diariamente. Ponerlo en la picota. Y de esa manera darle
rienda suelta a toda la inquina almacenada contra los
socialistas.
Una manera de ir desgastando cada vez más el ya de por sí
desgastado afecto existente por estas siglas en esta ciudad.
Una tarea, sin duda, correspondiente al Partido Popular.
Pues entra dentro de sus obligaciones el tratar por todos
los medios de hacer una oposición dura. A fin de que los
ciudadanos terminen viendo a los socialistas como en la
época de Franco eran vistos los comunistas.
La acción de Basilio Fernández carece de sentido y resulta
además contraproducente para él. Lo deja en situación
desairada. Máxime cuando todos sabemos que hubo un tiempo en
el cual le dio puerta al socialismo y se alistó como
secundario de Francisco Fraiz para darle vida a un
partido: Progreso y Futuro de Ceuta. Y, aunque de ello ha
pasado ya su tiempo, no creo que sea suficiente como para
que la amnesia se haya apoderado de cuantos vivimos aquellos
momentos de cuando ambos gobernaron. En rigor: fueron años
desastrosos. Y cometieron desatinos incuestionables.
Por lo tanto, y aunque Moya me es indiferente, Salvador de
la Encina sí merece más respeto. Y, desde luego, el PSOE.
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