¿Recuerdan el añejo anuncio de
“Esta Navidad, siente a un pobre en su mesa”? Si son de mi
generación, sabrán de la caridad pamplinera de la que hablo,
muy de ser, en aquel entonces (y aunque no se había acuñado
el lema “políticamente correcto”), muy de ser repito,
usuario de las virtudes lacrimosas, es decir, de la caridad
y de la compasión, buenos agarraderos, en efecto, cuando se
ignora la más básica y elemental justicia social. Lo que es
evidente es que, con el onegetismo subvencionadoy aquella
estampa de las Damas de la Caridad repartiendo la sopa entre
los pobres de solemnidad (se ve que, si las criaturas no
eran consideradas lo adecuadamente solemnes, no alcanzaban
el status de “pobre”) ha vuelto a estar de moda, algo
tuneada y adaptada a la sociedad globalizada, pero, a mi
entender, idénticamente deprimente que antaño.
Y lo digo, con nombres y apellidos, ya que ustedes conocen
el mío y donde encontrarme para lo que gusten mandar,
incluso para invitarme a tomar algo porque, por tener un
detalle, ni ustedes ni servidora vamos a salir de pobres. Lo
digo porque me revienta y me refiero en concreto a la
portada de una revista donde aparece Ana Rosa Quintana,
ejerciendo de solidaria con un indigenita. ¡Lo que es la
moda! Para quitarle a alguien el hambre o favorecer a un
desheredado, hay que gastarse una fortuna en irse al quinto
carajo, fotógrafo y periodista incluidos, para hacerse la
foto con el “diferente étnico”. Y en la foto con el niño,
creo que en esta cuestión era nepalí o algo idénticamente
exótico, la expresión ha de ser de callado sufrimiento e
infinita dulzura, de exquisita conmiseración y de llaneza
extrema. ¿Qué dicen con una mueca sardónica, en verdad
desagradable? ¿Qué antes que Ana Rosa han viajado muchas
famosas y famosillas a echarse la foto con el indiecito, con
el negrito o con el chinito? Sí. Se ve que ponen en práctica
el principio cristiano que aconseja que “tu mano izquierda
no se entere de lo que hace tu mano derecha”. Reconozco que,
una instantánea con el arquetipo étnico, vestida a ser
posible con algún atuendo de la tierra, para dar idea de
cercanía, de no arredarse ante los retos que impone el
destino y disfrazada, alargarse a la escuela local para que
conste. Con rostro, que exprese estar infinitamente
conmovida por el recibimiento, amoroso pese a la pobreza
extrema, de los habitantes del poblado, la aldea o el lejío.
Y, para más inri, mérito y honra retratarse comiendo los
potingues de ellos, con sonrisa llena de emotividad en la
que se dibuja la frase “¿Lo ven ustedes? Me expongo a una
diarrea del viajero fulminante comiendo estas porquerías,
pero lo hago en nombre de mis valores y porque me he puesto
las vacunas, si no ¿de donde?”.
Colegas. No lo soporto. La famosa transida de emoción,
vestida de caricatura étnica, haciendo “la obra solidaria”
publicitada, por supuesto, allá donde Cristo dio las tres
voces, que no en las Barranquillas madrileñas, curándoles a
los yonkis las pústulas hediondas que tienen hasta en la
venas del tobillo de chutarse el caballo, ni relavándole las
ingles a los sidosos enganchados y espurgándoles los piojos
a los sintecho que duermen entre cartones. ¿Qué dicen con
mueca de asco? ¿Qué quien va a “querer” hacerse una bella
foto con esa escoria social? ¿Qué sería una foto horrorosa
que “jamás” ocuparía una portada fina? Bueno, para llevar
donativos y hacer obras solidarias y a la par entrañables,
no hay que andar de aeropuerto en aeropuerto, con la troupe
de periodistas, la miseria extrema está mucho más cerca. En
los poblados chabolistas que crecen como chancros en los
arrabales de las ciudades, en las barriadas marginales donde
sobreviven esos que llaman “en claro riesgo de exclusión
social”, en los supermercados de la droga, con los fantasmas
en las esquinas fumando chiné y comiendo de escarbar en los
desperdicios. Eso sí. No son indigenitas, ni adorables
desfavorecidos a quienes dan inmediatos deseos de adoptar.
¿Qué dicen? ¿Qué resultaría “imposible” decir “Siente a un
sidoso enganchado en su mesa en Navidad, después de quitarle
un poco la mugre, dele de comer e invite a la criatura a un
chute de pura que le alivie el retortijón y la agonía”?
Vale. Es cierto. No resulta “estético” asear a los
vagabundos borrachos, ni alargarle un termo de sopa con
hierbabuena a quienes duermen entre cartones, con mucha
suerte, en un buen cajero de banco. Ni donar las dos
terceras partes del sueldo millonario para unos cuantos
jubilados que subsisten con trescientos euros al mes en
pisos de veinte metros. Esas caridades son extremadamente
cutres. Pero como servidora es cutre, medio mora y más de
barrio que la Belén Esteban, esas obras de justicia me
llegan, me tocan el corazón. Mientras que, las del
indiecito, me tocan los cojones.
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