Hay momentos vividos que, en vez
de diluirse con el paso del tiempo y perder interés, ganan
en importancia porque sirven como ayuda inestimable para
entender mejor ciertas situaciones actuales. Lo digo a pesar
de que mirar hacia atrás me desagrada. No vaya a ser que me
quede como la mujer de Lot.
El primero de esos momentos se remonta a la victoria del GIL
en Ceuta. Aquella noche, cuando casi todos los votos estaban
contados y ya se sabía en la Delegación del Gobierno que los
“gilistas” estaban a punto de obtener una mayoría absoluta
-si el Partido Demócrata y Social de Ceuta no conseguía tres
diputados-, había entre los militantes populares, presentes
en la sede, entonces sita en Real 90, dos grupos dominados
por sentimientos muy diferentes. Uno estaba compuesto por
quienes lamentaban la pérdida del Gobierno y el estado de
Jesús Fortes. Otro se nutría de cuantos querían que
ganase el GIL con tal de que el presidente de la Ciudad
pasara por el doloroso trance de salir derrotado. Es decir:
deseaban quedarse tuertos con tal de que Fortes perdiera la
visión en los dos ojos.
Pertenecían a esta segunda opción, varios de los dirigentes
más destacados del partido. Y a mí, desgraciadamente, me fue
posible oír sus comentarios tras regresar Fortes a la sede
procedente de la Plaza de los Reyes y hundido en todos los
aspectos por estar convencido de que su derrota era
definitiva e inapelable. Así, se introdujo en un despacho
cerrado a cal y canto a lamentarse de una realidad muy dura
para él. Mientras, en el patio del edificio, la cara de
Francisco Antonio González mostraba una alegría
incomprensible a todas luces. Y la justificaba diciendo que
la pérdida del Gobierno no era ningún problema grave; puesto
que él estaba seguro de que en menos de dos años volvería a
recuperar su partido el poder.
Aún se desconocía que los últimos votos que debían contarse
iban a favorecer al PDSC. Y Pedro Gordillo, cuando alguien
le recordó que un diputado más de este partido podría
chafarle la sonada victoria a los “gilistas”, expresó su
incredulidad delante de Malika Abdeselam. Y todo
porque él estaba convencido de que, en caso de necesidad,
los tres diputados musulmanes no dudarían en coligarse con
los “gilistas”. Tenía derecho a equivocarse.
El segundo de esos momentos vividos, tuvo como escenario la
Cafetería Real. Horas antes de que Juan Vivas fuera
investido como presidente de la Ciudad, tras el voto de
censura a Antonio Sampietro, en 1991. Estaban sentado
a una mesa Javier Arenas, Paco Olivencia,
Giménez-Reyna, y “Pacoantonio”. Las palabras
pronunciadas allí fueron de desconfianza hacia Juan Vivas. Y
ni Olivencia ni el diputado cortaron de raíz la broma de mal
gusto hecha por el “Niño” Arenas.
Aquellos momentos, y otros que me reservo, me inducen a
pensar que “Pacoantonio” había jugado sus cartas para
convertirse en el sustituto de Fortes. Pero no contaba con
el apoyo de Luis Vicente Moro a Juan Vivas. Y lo
disimula, cuando se tercia, diciendo que fue Gordillo quien
declinó convertirse en presidente. Ahora airea que “El PP es
una formación muy sólida que no permite que nadie agriete
sus estructuras”. De acuerdo, pero el ejemplo debe empezar
por él. O le recordamos ciertas declaraciones recientes...
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