El fenómeno de la masa de
porteadores que cada día en mayor número atraviesa la
frontera para comprar mercancías y llevarlas a su país,
desesperados por su propia necesidad por hacerlo cuantas
veces y cuanto más cargados y cuanto más rápido mejor,
amenaza con colapsar la parte de la ciudad más cercana a la
frontera y los polígonos del Tarajal, su tradicional ámbito
de influencia.
Como una metástasis cancerígena, los porteadores marroquíes
amenazan, en la incapacidad de las instituciones por
controlar este fenómeno, con diseminar a órganos cada vez
más distantes de la frontera su problemática, mucho más
conflictiva en tanto que el tránsito de marroquíes sigue
siendo una fuente de recursos casi imprescindible para una
ciudad tan necesitada de elementos generadores de riqueza
como este.
Con echar un vistazo a unos pocos años atrás es fácilmente
comprobable cómo el caos crece en magnitud: la apertura del
Biutz, que se vendió como mano de santo, degeneró en poco
tiempo en colapsos insoportables e insufribles en los
polígonos que han obligado a multiplicar la dotación
policial en la zona. El caso es que, dos años después de
dicha efeméride, la frontera de Ceuta no parece todavía ni
de lejos un paso propio de un país del primer mundo, pero
mucho peor es que todo el entorno, los dos Príncipes
incluidos, van viéndose engullidos por el desvarío que
genera la incontrolable masa de porteadores, protagonistas
de un conflicto del que no son ni mucho menos los culpables.
Lo más dramático de todo es la deprimente reacción de las
Administraciones ante la “insoportable”, según su propia
descripción, situación que vive cada día la comunidad
educativa del Colegio Príncipe Felipe. Ni una ni otra ha
sido capaz todavía, después de que medio millar de niños y
niñas no vayan a clase, de proponer aunque sea otro de esos
protocolos de actuación inservibles que han venido
presentado durante los últimos meses. Se les sigue
esperando.
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