No ya en cualquier país islámico,
si les contara por lo poco que sé y lo mucho que me dicen;
no. Ni siquiera en Occidente (con las españolas Ceuta y
Melilla en primera fila) donde como es sabido se alcanzan,
pese a todas las deficiencias, las mayores cotas de respeto
y libertades que ha conocido nunca la historia. El caso de
Ceuta es paradigmático y contradictorio a varias bandas pues
si bien los musulmanes gozan, como no podía ser menos, de
todas sus prerrogativas como individuos, en tanto que
colectividad (plegada, por un lado, sobre sí misma pero
abierta a los cuatro vientos en cuanto hecho religioso
diferencial cargado de simbolismos sociales externos) se ven
arrastrados por diferentes corrientes que pugnan por
llevarlos a su cauce.
Desde hace tiempo (el martes mismo Ignacio Cembrero en “El
País”) los medios nacionales van dejando ver al gran público
parte del iceberg que, en su momento, fuimos mostrando en
esta columna, datos y situaciones que van siendo
corroborados por el paso del tiempo. Quizás las principales
dificultades que atenazan y soterran las posibilidades de
integración (¡importantísima!) de la amplia comunidad
musulmana en España (más de un millón de personas) y Ceuta
(ya la mitad de la población, sí, no rezonguen ni sigan
manipulando estadísticas), en pie de igualdad con el binomio
derechos-obligaciones junto al resto de la ciudadanía, sea
de tres ordenes: primero, la necesidad de una exégesis
consensuada y actualizada del Corán (se está en ello); en
segundo lugar el hecho nacional, fracturado por intereses
contrapuestos (musulmanes españoles, de mayoritario origen
marroquí cuya nacionalidad nunca se pierde, zarandeados por
diferentes lealtades en torno a temas como Ceuta-Melilla o
el Sáhara); tercero la representatividad, pues las dos
grandes federaciones (UCIDE y FEERI) integradas en la CIE
(Comisión Islámica de España) han sido testimonio vivo.
Campo de batalla de desencuentros doctrinales y
manipulaciones partidistas o nacionales con un trasfondo
común: la gestión y control de almas y bolsillos. Agotadas
en su legitimidad, fracturadas en su funcionamiento, parece
necesario alumbrar un nuevo marco jurídico organizativo en
cuyo génesis se enfrentan de forma interpuesta, por un lado
el Estado español y, por otro, los dos grandes países
suministradores cada cual a su forma del actual hecho
islámico (entendido en el campo de la fenomenología
religiosa): el Reino de Marruecos (sunní-malikí), con su
masivo aporte demográfico y el Reino de Arabia Saudí (sunní-hambalí,
wahabí), generoso con sus petrodólares y paladín de la
islamización desde arriba.
Este final de año va a caracterizarse (además del
enfrentamiento, ya abierto, entre Marruecos y España en
cuanto a la gestión del colectivo musulmán, que encierra
diversas y poliédricas lecturas) por un hecho interno y otro
externo: de fronteras para adentro va tomando posiciones una
“tercera vía” fundada en diciembre de 2006, la FEME
(Federación Musulmana de España), liderada por españoles
conversos y de origen marroquí que el 8 de septiembre lanzó
una Plataforma alternativa con otras entidades; y, desde
fuera, la posible financiación vía Libia. Atentos a la
inmediata visita oficial del coronel Gadafi a Madrid… y
Córdoba. Seguimos mañana.
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