Carlos Orúe fue contratado
para sacar a la Asociación Deportiva Ceuta del atolladero en
que la había metido Ramón Calderé: un entrenador a
quien le dijeron que arremeter contra José Antonio Muñoz
era sinónimo de estar bien visto en la ciudad. Cumplida su
labor, al entrenador jerezano le permitieron que
confeccionara la plantilla de la temporada siguiente. Y
cierto es que cometió errores de bulto en esa faceta.
Finalizada la Liga, Carlos Orúe seguía contando con el favor
de los directivos. Pero él les recomendó la contratación de
un director técnico para eludir sus responsabilidades en
relación con los fichajes. Aunque no es menos verdad que él
deseaba intervenir también en la composición del equipo.
La directiva, muy dada siempre a atender los consejos de
Carlos Orúe, se puso a estudiar las condiciones que debía
reunir el director técnico. En un momento determinado, a mí
se me ocurrió decirle a un directivo influyente, que me
parecía un despilfarro la suma de dinero que se iba a
emplear en esa contratación. Y le apunté el nombre de una
persona muy capacitada para realizar semejante tarea y cuyo
coste sería, sin duda, mucho menor.
Pero algunos directivos, aconsejados por amigos comunes con
José Enrique Díaz, desecharon cualquier otro fichaje
que no fuera el del técnico sevillano. Y, claro, en cuanto
Carlos Orúe se dio cuenta de que habían elegido cual
director técnico a quien no quería ver ni en pintura, dijo
que nones y se dio el piro. El resto de la historia es más
que sabida.
José Enrique Díaz lleva mucho tiempo en el oficio. Recuerdo
que empezó allá cuando yo llevaba dos temporadas apartado de
los banquillos. Y debo decir que ha obtenido algunos éxitos
indiscutibles. Mas como secretario técnico carece de base
para desempeñar bien tal cometido.
Sus actuaciones, cumpliendo con ese papel de despacho, nunca
dieron el fruto apetecido. Por más que él se empeñe,
lógicamente, en defender la tesis contraria. Con Diego
Quintero, verbigracia, se ha visto que carece de lealtad
para ser director técnico. De ahí que a las primeras de
cambio, es decir, en cuanto los resultados no fueron los
esperados, no dudara en traicionarlo.
Ahora bien, conviene analizar si lo hizo porque estaba
convencido de que su recomendado carecía de conocimientos
suficientes para obtener el mayor rendimiento de la
plantilla, o bien creyó oportuna su destitución para
encubrir los errores cometidos por él en los fichajes.
Lo segundo me parece más aproximado a la realidad. Sobre
todo si uno se atiene a sus declaraciones: “Este equipo está
hecho para atacar y no para jugar al contraataque”. Y se
abrieron los cielos para que quien todo lo sabe le gritara
memo a pleno pulmón.
Luego, recién terminado el partido frente al Talavera, José
Enrique Díaz se condolió de no haber podido estar con su
familia, en día tan señalado: domingo. Y yo me pregunto:
¿cuántos días a la semana estaba el director técnico
viviendo en Ceuta, antes de tener que sentarse en el
banquillo sustituyendo al entrenador despedido con su
consentimiento?
Sea como fuere, la directiva debe hacer todo lo posible
porque el director técnico siga sentado en el banquillo
hasta el fin del Campeonato. Se lo ha ganado a pulso. Y
puede que sea para bien.
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