Había una vez un circo… Esta era
una de las canciones que solían cantar los llamados payasos
de la tele que, durante muchos años, hicieron las delicias
de mayores y pequeños. Para mí que la canción fue como una
premonición de que el mayor espectáculo del mundo seguiría
vivo a lo largo de los tiempos aunque el circo de ellos, su
circo, desapareció cuando dijeron, por diferentes razones,
adiós.
De aquel circo, de aquellos payasos, a pesar del tiempo
transcurrido todos nos acordamos porque, en definitiva, por
su buen hacer dejaron huellas en los hombres de hoy, niños
del ayer. ¿Quiénes no hemos cantados su canciones?. Sería de
necios negar que, en algunas ocasiones todos mayores y
pequeños, incluso los que nacieron después de su
desaparición, no hemos entonado algunas de sus celebres
canciones.
Y es que, el circo, no morirá jamás ni su número más
importante, los payasos. No se puede concebir un circo sin
la actuación estelar de los payasos. Un circo sin payasos,
ni es circo ni nada que se le parezca. Sería, sin discusión
alguna, un jardín sin flores.
De aquellos circos, viajeros constantes a lo largo y ancho
de nuestra geografía, no queda nada. Hoy están asentados en
las grandes ciudades y, de tarde en tarde, deciden con una
parte del espectáculo recorrer varias ciudades pero,
siempre, con los payasos al frente del espectáculo.
Aquí, en esta tierra nuestra, donde los circos siempre han
sido acogidos con gran entusiasmo quizás, por lo maravilloso
que es vivir en ella, algunos payasos decidieron afincarse
manteniendo, con ello, el circo vivo y, a la vez, mostrar
todo su arte con auténticas payasadas. ¡Será por circos y
payasos!.
Lo malo de ello es que, todos esos payasos que tenemos en
nuestra tierra, no han sido capaces de variar sus
repertorios, por eso no hacen gracia. Son tan repetitivos
que dan ganas de vomitar el escuchar, siempre, sus mismos
chistes viejos y caducos, que más que hacernos reír nos dan
pena.
Uno de esos payasos que tenemos, natural y vecino de nuestra
ciudad, siempre actúa acompañado de su trouppe, calamitosa
por cierto, en todas sus actuaciones, valiéndole para
aplaudir y jalear cada uno de los chistes malos a los que
nos tiene acostumbrado. La trouppe, en cuanto el público
cansado de escuchar siempre la misma actuación, empieza a
silbar o a abuchear al payaso, no lo duda y se lanza a
tirarle pelotitas de papel que a nadie dañan aún llegando a
su destino.
Este payaso que tuvo la suerte de ser alguien, en el mundo
del espectáculo, cuando sólo existía su circo coge unos
rebotes enormes, cuando el personal ya no le tira monedas
sino, por el contrario, le silba en cada una de las
actuaciones que monta. Y es que cuando no amasa dinero, para
lo único que vive sin importarle lo más mínimo su trouppe ni
su familia puesto que para él, el asqueroso papel sucio y
maloliente, es lo verdaderamente importante en esta vida.
¡Pobre payaso, al que hasta sus amigos le están volviendo
las espaldas!. Cambia el repertorio, llorar por dinero esta
muy visto.
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