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OPINIÓN - DOMINGO, 9 DE DICIEMBRE DE 2007

 
OPINIÓN / EDITORIAL

Inmigración y Derechos Humanos

En línea con la propuesta que ya había anunciado el Gobierno español que Zapatero pondría sobre la mesa, el presidente de la Unión Africana, Alpha Oumar Konaré, pidió ayer en la II Cumbre UE-África de Lisboa “que nadie se olvide de Ceuta, Melilla, Canarias o Lampedusa” y “que nadie se niegue a escuchar ese llamamiento de la juventud africana”. En buena sintonía con él, el presidente de turno de la Unión Europea, el primer ministro portugués, José Sócrates, aseguró que Europa no puede ser “indiferente” al drama “de la inmigración desesperada, que destruye vidas y familias’. Para evitarlo, llamó a “regular conjuntamente estos flujos migratorios, favorecer la inmigración legal, luchar contra la inmigración clandestina, promover una integración digna de los inmigrantes en la sociedad de acogida y promover el desarrollo de los países de origen” como un “desafío ineludible”. Lo mejor de las palabras de ambos fue su aparente convencimiento de que el de la inmigración irregular es un fenómeno que ninguno de los dos continentes podrá controlar en solitario. Y ni siquiera conjuntamente si ambas partes no se miran al espejo sin prejuicios antes de plantear soluciones. Europa no puede negar o encubrir por más tiempo con aparentes medidas de gracia que necesita no sólo la mano de obra joven y barata que le está proporcionando África, sino también sus mayores tasas de fecundidad y la riqueza que aporta su diversidad cultural al Viejo Continente. Al sur, los gobiernos africanos tampoco pueden seguir esgrimiendo los abusos históricos de que sin duda han sido objeto para justificar que los Derechos Humanos sigan sin conocerse más que de oídas. Por eso es una pena que la Unión Africana, la organización supranacional dedicada a incrementar la integración económica y política y a reforzar la cooperación entre sus estados miembros que nació en 2001 sin la participación de Marruecos siga sin implicarse de forma explícita a la hora de proteger los derechos de sus ciudadanos frente a sus propios dirigentes. Mientras no lo hagan, será prácticamente imposible atajar el éxodo.
 

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