En línea con la propuesta que ya
había anunciado el Gobierno español que Zapatero pondría
sobre la mesa, el presidente de la Unión Africana, Alpha
Oumar Konaré, pidió ayer en la II Cumbre UE-África de Lisboa
“que nadie se olvide de Ceuta, Melilla, Canarias o Lampedusa”
y “que nadie se niegue a escuchar ese llamamiento de la
juventud africana”. En buena sintonía con él, el presidente
de turno de la Unión Europea, el primer ministro portugués,
José Sócrates, aseguró que Europa no puede ser “indiferente”
al drama “de la inmigración desesperada, que destruye vidas
y familias’. Para evitarlo, llamó a “regular conjuntamente
estos flujos migratorios, favorecer la inmigración legal,
luchar contra la inmigración clandestina, promover una
integración digna de los inmigrantes en la sociedad de
acogida y promover el desarrollo de los países de origen”
como un “desafío ineludible”. Lo mejor de las palabras de
ambos fue su aparente convencimiento de que el de la
inmigración irregular es un fenómeno que ninguno de los dos
continentes podrá controlar en solitario. Y ni siquiera
conjuntamente si ambas partes no se miran al espejo sin
prejuicios antes de plantear soluciones. Europa no puede
negar o encubrir por más tiempo con aparentes medidas de
gracia que necesita no sólo la mano de obra joven y barata
que le está proporcionando África, sino también sus mayores
tasas de fecundidad y la riqueza que aporta su diversidad
cultural al Viejo Continente. Al sur, los gobiernos
africanos tampoco pueden seguir esgrimiendo los abusos
históricos de que sin duda han sido objeto para justificar
que los Derechos Humanos sigan sin conocerse más que de
oídas. Por eso es una pena que la Unión Africana, la
organización supranacional dedicada a incrementar la
integración económica y política y a reforzar la cooperación
entre sus estados miembros que nació en 2001 sin la
participación de Marruecos siga sin implicarse de forma
explícita a la hora de proteger los derechos de sus
ciudadanos frente a sus propios dirigentes. Mientras no lo
hagan, será prácticamente imposible atajar el éxodo.
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