Qué curioso que, aquellos que
propugnaron con tanto ahínco y pasión que se aprobara la Ley
del Aborto, ahora, que los hechos han venido a confirmar las
predicciones de tantos críticos con ella; cuando el número
de abortos ha crecido hasta límites insospechados –tanto que
han llegado a poner en entredicho que la nueva generación
pueda tomar el relevo de la actual, dada la gran disminución
de la natalidad –y, se ha hecho necesario acudir a la
inmigración para suplir la falta de nacimientos oriundos;
parece que se hayan quedado mudos y sólo puedan alegar, como
excusa, el hecho de que, en España, todavía hay un número de
abortos inferior al de otros países europeos. Deberíamos
constatar lo que hay de cierto en esta afirmación, así como
cuestionar las estadísticas oficiales que se publican, dado
que todos sabemos que, aparte de los que pudiéramos
calificar de abortos “legales”, es evidente que se vienen
cometiendo muchos otros, practicados por profesionales sin
escrúpulos, que se saltan la ley a la torera sin importarles
si el feto es de 15 días o de siete meses.
Precisamente, en estos días hemos tenido ocasión de ver
como, la actuación de un juez valiente, ha destapado una
trama de médicos abortistas en Barcelona, dedicados a hacer
abortar a aquellas mujeres embarazadas que sobrepasaban los
límites permitidos por la ley. Los detalles que están
saliendo a la luz son escalofriantes y dignos de ser
incluidos en una de aquellas viejas películas de terror,
como las famosas de artistas como Peter Lorre o el
inimitable Boris Karloff, que tantas noches de insomnio nos
proporcionaron. Lo cierto es que se habla de máquinas
trituradoras para hacer desaparecer los fetos y de
expedientes falsificados, todo ello generado bajo la capa de
respetabilidad de unas clínicas de las más caras de
Barcelona.
Dejando aparte el morbo que una noticia semejante produce en
la ciudadanía, nos debiéramos preguntar ¿cómo es posible
que, en una nación civilizada, con medios para perseguir los
delitos e inspectores para detectar los fraudes de ley, haya
podido darse una monstruosidad semejante? La explicación la
podemos obtener fácilmente si partimos del hecho evidente de
que, la moral de la población ha sufrido un vuelco
importante.
El egoísmo de las nuevas generaciones, que buscan el placer
por si mismo; el primar el ocio sobre el trabajo; el
postergar cualquier consideración metafísica ante el goce
por lo inmediato y el anteponer el egocentrismo por encima
de lo solidario y caritativo; producen un endurecimiento de
los sentimientos, un situar los objetivos por encima de la
consideración moral de los medios necesarios para
alcanzarlos; sin calibrar la legalidad o ilegalidad, la
crueldad o humanidad o la inocuidad o lesividad causada en
aquellos elementos sobre los que se actúa, especialmente, si
éstos son seres vivos. Las doctrinas materialistas y las
tendencias modernas hacia un relativismo moral, por las que
todo, en la vida, puede ser cuestionado y decidido en
función de la interpretación particular que uno le dé; ha
abierto la veda a toda clase de aberraciones que, sólo hace
unos años, hubiéramos considerado fruto sólo de mentes
diabólicas.
Sin embargo, ya no sólo encontramos complicidades con la
maldad a nivel individual, sino que también en las propias
instituciones, para las que parece que, el intervenir en
determinadas cuestiones, se ha convertido en algo tabú.
Parece que intervenir en determinadas prácticas no está bien
visto, no es moda. Hoy en día actos ilícitos gozan de
inmunidad, porque las autoridades, y la misma policía, se
esmeran en tratarlos con cierta permisividad y si, en algún
caso, se ven obligados a detener a alguno de los culpables
se guardan muy bien aplicarle la Ley en toda su extensión.
Esta es, señores, la ética de nuestros días, el libertinaje
se ha hecho habitual y ya nadie se escandaliza por el
asesinato de niños en el vientre de sus madres. Estas son
las consecuencias de una enseñanza materialista y laica que,
si nadie lo remedia, será el entierro de la ética y la moral
tradicionales. Lloremos.
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