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OPINIÓN - SÁBADO, 8 DE DICIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / VERBA SEQUENTUR

Bebés abortados y triturados,
¡recogemos lo que sembramos!

 


Miguel Massanet Bosh
miguelmassanet@elpueblodeceuta.com

 

Qué curioso que, aquellos que propugnaron con tanto ahínco y pasión que se aprobara la Ley del Aborto, ahora, que los hechos han venido a confirmar las predicciones de tantos críticos con ella; cuando el número de abortos ha crecido hasta límites insospechados –tanto que han llegado a poner en entredicho que la nueva generación pueda tomar el relevo de la actual, dada la gran disminución de la natalidad –y, se ha hecho necesario acudir a la inmigración para suplir la falta de nacimientos oriundos; parece que se hayan quedado mudos y sólo puedan alegar, como excusa, el hecho de que, en España, todavía hay un número de abortos inferior al de otros países europeos. Deberíamos constatar lo que hay de cierto en esta afirmación, así como cuestionar las estadísticas oficiales que se publican, dado que todos sabemos que, aparte de los que pudiéramos calificar de abortos “legales”, es evidente que se vienen cometiendo muchos otros, practicados por profesionales sin escrúpulos, que se saltan la ley a la torera sin importarles si el feto es de 15 días o de siete meses.

Precisamente, en estos días hemos tenido ocasión de ver como, la actuación de un juez valiente, ha destapado una trama de médicos abortistas en Barcelona, dedicados a hacer abortar a aquellas mujeres embarazadas que sobrepasaban los límites permitidos por la ley. Los detalles que están saliendo a la luz son escalofriantes y dignos de ser incluidos en una de aquellas viejas películas de terror, como las famosas de artistas como Peter Lorre o el inimitable Boris Karloff, que tantas noches de insomnio nos proporcionaron. Lo cierto es que se habla de máquinas trituradoras para hacer desaparecer los fetos y de expedientes falsificados, todo ello generado bajo la capa de respetabilidad de unas clínicas de las más caras de Barcelona.

Dejando aparte el morbo que una noticia semejante produce en la ciudadanía, nos debiéramos preguntar ¿cómo es posible que, en una nación civilizada, con medios para perseguir los delitos e inspectores para detectar los fraudes de ley, haya podido darse una monstruosidad semejante? La explicación la podemos obtener fácilmente si partimos del hecho evidente de que, la moral de la población ha sufrido un vuelco importante.

El egoísmo de las nuevas generaciones, que buscan el placer por si mismo; el primar el ocio sobre el trabajo; el postergar cualquier consideración metafísica ante el goce por lo inmediato y el anteponer el egocentrismo por encima de lo solidario y caritativo; producen un endurecimiento de los sentimientos, un situar los objetivos por encima de la consideración moral de los medios necesarios para alcanzarlos; sin calibrar la legalidad o ilegalidad, la crueldad o humanidad o la inocuidad o lesividad causada en aquellos elementos sobre los que se actúa, especialmente, si éstos son seres vivos. Las doctrinas materialistas y las tendencias modernas hacia un relativismo moral, por las que todo, en la vida, puede ser cuestionado y decidido en función de la interpretación particular que uno le dé; ha abierto la veda a toda clase de aberraciones que, sólo hace unos años, hubiéramos considerado fruto sólo de mentes diabólicas.

Sin embargo, ya no sólo encontramos complicidades con la maldad a nivel individual, sino que también en las propias instituciones, para las que parece que, el intervenir en determinadas cuestiones, se ha convertido en algo tabú. Parece que intervenir en determinadas prácticas no está bien visto, no es moda. Hoy en día actos ilícitos gozan de inmunidad, porque las autoridades, y la misma policía, se esmeran en tratarlos con cierta permisividad y si, en algún caso, se ven obligados a detener a alguno de los culpables se guardan muy bien aplicarle la Ley en toda su extensión. Esta es, señores, la ética de nuestros días, el libertinaje se ha hecho habitual y ya nadie se escandaliza por el asesinato de niños en el vientre de sus madres. Estas son las consecuencias de una enseñanza materialista y laica que, si nadie lo remedia, será el entierro de la ética y la moral tradicionales. Lloremos.
 

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