Dice el maestro, Raúl del Pozo,
que todos los periodistas somos mercenarios, y lleva toda la
razón del mundo. Todos vendemos, de alguna manera, nuestras
plumas a los mejores postores. Los mercenarios, en las
guerras, son aquellos que carecen de ideales y venden sus
armas a quienes más les paguen. Ellos no entienden ni de
ideas, ni de razas, ni de colores. Sólo entienden de cobrar
el dinero prometido y, sobre todo, de conservar sus vidas
para, un mañana no muy lejano, poder vender esas mismas
armas incluso a aquellos contra los que, en estos momentos,
están disparando. Todo es cuestión de ceros a la derecha.
Claro que hay, es justo reconocerlo, mercenarios que ni a
mercenarios llegan por mucho que lo intente. Carecen de la
habilidad del mercenario, no tienen las armas necesarias
para enfrentarse al enemigo y sin ninguno de esos bagajes,
tan necesario e indispensables, para ser mercenarios, se
lanzan al combate porque así se lo ordenan sus amos. Unos
amos cobardes que jamás dan la cara y que, en cualquier
momento son capaces de entregar sus cabezas, en bandeja de
plata, en cuanto el enemigo les dé la más mínima oportunidad
de conseguir sus deseos.
O sea, para aclararnos, se juegan el todo por le todo, a
cambio de nada, sólo por defender la ambición desmedida de
aquel analfabeto, que en sus sueños de grandeza sigue
creyéndose el ombligo de un pueblo al que ya no puede
engañar, ofreciéndole a cambio de su voto una baratija.
La ambición desmedida de estos personajillos del tres al
cuarto, que no ven más allá de sus narices, les hace creer
en sus delirios de grandeza que son algo y que sin su apoyo
llegará el diluvio universal. Pobre analfabeto engreído,
ambicioso y analfabeto.
Pena me causan esos pobres diablos que en la creencia,
entupida y absurda de que son mercenarios, sacan sus
lastiqueras para defender al personajillo de medio pelo, que
sigue soñando que el mundo en el que vive continua siendo el
de hace cuarenta años donde marchando en solitario podía
llegar fácilmente la chantaje de todos aquellos que no se
inclinaran a sus deseos. Ni se ha podido quitar la marca que
el aro del cubo ha dejado en su trasero ni , por supuesto,
con el paso del tiempo ha aprendido nada, sigue siendo el
mismo analfabeto que era hace cuarenta años, donde alguien,
antes de morir, maldecía haber conseguido poner un arma en
sus manos, que sabiendo aprovecharla podía convertirse en un
arma letal contra sus enemigos.
Este personajillo de medio pelo, inculto entre los incultos,
sólo es capaz de manejar la gran arma, que pusieron en sus
manos con mentiras y engaños, como chantaje. Su capacidad
intelectual es tan sumamente nula, que no le sirve ni para
elegir a los mercenarios, ni para entrar en combate. Los
lanza, haciéndoles descargar el escaso armamento del que
disponen de un golpe, sin pensar que cuando se acaben las
armas, como es el caso, sin herir al enemigo, cómo vana
poder seguir disparando.
Pobre hombre y pobres mercenarios de segunda mano, que se
juegan que en unos segundos caigan abatidos. Adiós, tú
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