Una noche del pasado verano, cuando dormía yo mi primer
sueño, sonó el teléfono. Era Diego Quintero que quería
hablar conmigo. Mi sorpresa fue mayúscula. Pues hacía más de
veinte años que ni siquiera se había preocupado de enviarme
un saludo por medio de conocidos mutuos. A pesar de que
estuvo tres temporadas jugando en equipo entrenado por mí. Y
de haberle recomendado, en su día, al Algeciras y a la
Agrupación Deportiva Ceuta.
Lo primero que me dijo es que mi número de teléfono lo
consiguió por medio de Solano. Quien fuera un extraordinario
futbolista. Y que bien pudo haber militado en un conjunto
grande de nuestro fútbol. Pero la mala suerte, en forma de
lesiones y una vida descontrolada, en ocasiones, le privaron
del placer de pasear su calidad por escenarios principales.
Me explicó Quintero que había roto las relaciones técnicas
con Sergio Krecic. Porque estaba dispuesto a convertirse ya
en primer entrenador. Y me pedía que hiciera todo lo posible
para que los directivos de la ADC lo contratasen a él,
debido a que días antes Carlos Orúe había decidido marcharse
por incompatibilidad con José Enrique Díaz.
La petición del entrenador sevillano me causó extrañeza. Por
una sencilla razón: le pregunté si se llevaba bien con el
director técnico del equipo. Y me contestó que eran buenos
amigos e incluso que solían citarse en Sevilla para ver
muchos partidos. Pues bien, si es así como tú me cuentas, la
mejor solución para que te contraten es que José Enrique
Díaz te avale.
-Ya lo ha hecho –me contestó.
Entonces no entiendo el motivo por el cual yo deba
recomendarte a unos directivos con los que no me une ningún
lazo de amistad y que ni siquiera suelo hablar con ellos
porque no forman parte de mi círculo de conocidos. Es más,
te puedo asegurar que si los directivos supieran que yo
estoy interesado en tu contratación, no te quepa la menor
duda de que harían todo lo posible por boicotearte.
-Me han dicho, Manolo, que a lo mejor si tú se lo
propusieras a Juan Vivas...
No creo que sea ese el camino. Entre otras razones porque
jamás pido favores a los políticos. Y mucho menos al
presidente de la Ciudad. Aun así, te prometo lo siguiente:
trataré de localizar a Antonio García Gaona. Persona afable,
a la que le tengo afecto, y le transmitiré tus deseos y tus
ganas de que te ofrezcan la oportunidad de ser el
entrenador.
Quedamos en que me llamaría al día siguiente.
Mientras tanto, traté de localizar a García Gaona. Pero su
teléfono portátil estaba fuera de servicio. Me llegué a la
agencia de viaje y me dijeron que estaba en un pueblo de la
Costa de Sol acompañando a personas mayores. Todas ellas
invitadas por el Gobierno de la Ciudad a pasar unos días por
tierras malagueñas.
Después de muchos intentos, Antonio se puso al aparato y
cuando le hablé de Quintero estuvo a punto de colgarme de
manera brusca. Una manera de actuar jamás esperada por mí
por parte de quien se distingue por ser persona tan educada
como amable y siempre dispuesta a quedar bien cuando se le
requiere cualquier favor.
Debió Antonio darse cuenta de su pésimo comportamiento.
Porque, inmediatamente, se disculpó diciéndome que lo había
cogido cambiándose de ropa para irse a esperar al presidente
de la Ciudad que estaba a punto de llegar.
Deprisa y corriendo, por tanto, le puse al tanto de las
aspiraciones de Diego Quintero. Del interés que me había
dicho tener José Enrique Díaz para que se le contratase.
Comentarios que apostillé con lo siguiente: si el director
técnico está de acuerdo en el fichaje de este entrenador, me
parece que os quita un peso de encima. Luego, y en vista de
que Quintero ha sido futbolista del Ceuta, conoce la ciudad
y gusta de vivirla, miel sobre hojuelas. Ya que así no
tendrá los problemas que han alegado otros técnicos: que no
se adaptan a esta tierra y que se aburren y lo pasan muy
mal.
Antonio García Gaona quiso saber cuál era mi opinión como
técnico. Y le respondí que no tenía la menor idea. Aunque su
historial de segundo de Krecic, durante muchas temporadas,
es la mejor tarjeta de presentación. Ahora bien, quede claro
que yo no sé cómo se desenvuelve en el banquillo. No tengo
ni la más remota idea. Así que harías bien en preguntarle a
José Enrique Díaz.
Cuando se produjo la segunda llamada de Quintero, le conté
todo lo hablado con el directivo adjunto a la presidencia. Y
le deseé toda la suerte del mundo. Debido a que el técnico
mostraba unos deseos enormes de que la directiva lo eligiera
a él. Cierto es, la verdad sea dicha, que estaba
entusiasmado ante la posibilidad de verse sentado en el
banquillo del Alfonso Murube.
Cumplidos sus deseos. Quintero me llamó una semana después
de haber firmado el contrato, para darme las gracias por si
acaso mi charla con el directivo había servido para algo...
Le respondí que me alegraba de su fichaje y le deseé lo
mejor. A partir de ese momento, nos vimos en tres ocasiones.
Todas ellas en una cafetería cercana a mi domicilio y donde
él solía desayunarse.
Un buen día, sin saber las causas, me crucé con él y miró
hacia otra parte. Un desaire que volvió a repetir al día
siguiente. Le avisé en el análisis dominical que el
Campeonato era largo y complicado. Porque no entendía el
porqué de su comportamiento conmigo. Por más que intuyera la
causa.
A Diego Quintero, al margen de los últimos resultados, se lo
han cargado varias personas. Eso sí, con el beneplácito del
director técnico. Quien, semanas antes, había cundido entre
los directivos que la plantilla era superior a los
conocimientos del entrenador. Que el equipo no sabía jugar
al contraataque: que era un conjunto de hombres capacitados
para mostrarse en ataque. Toda una opinión desfasada y
absurda, en todos los sentidos, que ha vuelto a repetir el
mismo día de la destitución de su compañero. Pronto
analizaremos las declaraciones del director técnico.
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