Ayer, mientras España celebraba el
aniversario de la Constitución de la concordia llorando al
último de sus hijos, Fernando Trapero, asesinado por la
banda terrorista ETA, intentaba una vez más penetrar en los
entresijos de la nueva fase en la que hemos entrado -no le
quepa la menor duda al lector- en las complejas y
apasionadas relaciones bilaterales hispano-marroquíes,
particularmente en lo que afecta a las ciudades de Ceuta y
Melilla, su estatuto dentro de la Carta Magna y -gústele o
no a Rabat- su inclusión en el territorio afecto (frontera
Schengen) a la Unión Europea, marcando en su momento un
nuevo escenario del que nuestros vecinos no parecen ser
plenamente conscientes.
A efectos didácticos y en lo referente a ambas ciudades
claramente españolas, conforme al Derecho Internacional en
vigor, en tierras africanas (no menos que Canarias) podemos
distinguir ya cuatro periódos en la evolución de las
clásicas reivindicaciones del Reino de Marruecos: el de la
“internacionalización”, abierto por Mohamed V y seguido por
Hassán II entre 1.956 y 1.973; el de la “bilateralización”,
según las tesis de Hassán II que abarcaría desde 1.974 hasta
1.991, marcado por dos acontecimientos: la anexión
unilateral en 1.975 mediante la “Marcha Verde” del Sáhara
Occidental (actuales “Provincias del Sur” para Rabat
pendientes, no obstante, de un proceso de descolonización) y
la derrota de las tesis marroquíes sobre Ceuta y Melilla en
las Naciones Unidas durante el mismo año; el de la
“cooperación”, abierto con la ratificación de la firma del
“Tratado de Amistad” promovido por el Presidente Felipe
González el 4 de julio de 1.991 (ratificado en 1.993) y que
se extendería hasta la muerte del Rey Hassán II; y
finalmente el de la “incertidumbre”, presidido por el
ascenso al Trono alauí de un soberano joven e inexperto,
Mohamed VI, el 23 de julio de 1.999 y que nos introduciría
en el presente.
Este periodo conoce notables cambios en la actitud oficial
marroquí: por un lado, el decidido impulso personal del
soberano alauí para conseguir el desenclave del norte de
Marruecos, apostando decididamente por una salida directa al
Estrecho de Gibraltar (puerto Tánger-Med, en Oued R´mel) y
creando todo un entramado productivo intentando fagocitar,
de paso, el oxígeno que representa para la vida económica de
Ceuta el flujo de mercancías por la atípica frontera de El
Tarajal; por otro el abandono de la política de de las dos
pes, “prudencia” y “paciencia”, de su padre Hassán II ( rey
por cierto y al contrario que Mohamed VI, no hay más que
comparar la asistencia de ceutíes promarroquíes a la
asistencia de la B´eia, numerosa en el primer caso y
testimonial en el segundo, muy estimado por gran parte de la
población musulmana ceutí), abandonada por una aventurera y
temeraria conducta plasmada en el intento de ocupación,
“manu militari”, del islote de El Perejil el 11 de julio de
2002, optando por una política de fuerza que abrió un nuevo
escenario en las reivindicaciones marroquíes precedidas,
como ahora, por la retirada del embajador en Madrid. Todo
parece indicar que Mohamed VI ha abandonado la política de
su padre, vulnerando incluso los acuerdos bilaterales y la
Resolución 2625 (XXV) de las Naciones Unidas, abriendo otra
dinámica.
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