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OPINIÓN - JUEVES, 6 DE DICIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

El viaje a Guadalajara
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Fue al acabar en una misa concelebrada, el verano pasado, para conmemorar los muchos años de Alejandro Sevilla como sacerdote, cuando creí conveniente, por razones que no vienen al caso, leerle la cartilla a Francisco Sánchez Paris. Y le auguré, además, males que estaban a punto de cernirse sobre él. Con Sánchez Paris nunca tuve la menor relación. Mas a partir de ese día creo haberle dicho adiós dos veces y a cierta distancia.

Males que intuía por mis muchos conocimientos del personal que lleva tiempo maquinando maldades contra el asesor de Juan Vivas. No olviden que he estado muchos años en un periódico donde jamás se me escapó ningún detalle. Ni de los directores ni, mucho menos, del propietario. Lo cual es una enorme ventaja a la hora de escribir o de hablar de ellos. Conozco, por tanto, que la cobardía es la divisa de la Casa.

¡Cuántas veces el editor del periódico decano me llamaba, en momentos cruciales, para que saliera al paso de situaciones y comentarios que lo dejaban con el trasero al aire y los glúteos apretados por el miedo y la vergüenza de lo que escribían o decían contra él! Que son los mismos que ahora está usando para descargar todo su odio contra Juan Vivas. Aunque por falta de hombría, digamos que de huevos, lo hace de manera indirecta: ensañándose con su jefe de Gabinete.

Rafa Montero, que siempre ha presumido de memoria, debería tener aún presente los malos momentos vividos cuando Luis Manuel Aznar lo maltrataba cada día con artículos tan infames como mal escritos. Por Aznar fuimos conociendo gustos, extravagancias, orientaciones, desafectos, groserías..., de una persona que había aspirado incluso a ser alcalde de esta ciudad.

Y, claro, tras regresar yo de un viaje a Huelva, Montero me pidió, más bien me imploró, que callara la boca por la cual arrojaba heces contra él el hombre que tuvo la valentía (!) de ir a la cárcel de Guadalajara para entrevistar a José Amedo. Mientras Rosino, quien fuera comisario en esta ciudad, se quedaba en un hotel madrileño gritando lo que se suele gritar cuando se caza pieza ajena: ¡Dios mío que bueno está esto!...

Mientras duró la refriega, donde yo jamás dije nada contra el editor del periódico en el cual estoy ahora, Montero estuvo refugiado en Marruecos y solía llamarme para preguntarme cuántos días iba a necesitar yo para silenciar el muladar que tenía por boca el amigo de Rosino. Lo cual aprovechaba para recordarme vida y milagros de Luis Manuel Aznar: quien durante mucho tiempo había trabajado para él. Lo dicho: un comportamiento acorde con la divisa de la Casa.

Luis Manuel Aznar, director entonces de este medio, duró con su tarea lo que tenía que durar; o sea, cuatro o cinco días. Y ello sirvió para que Montero regresara todo ufano a Ceuta y respirando a pleno pulmón. Pero una broma a destiempo, y su más que reconocida falta de agradecimiento, le costó mi filípica ante toda la redacción y luego mi indiferencia. Que no mi odio. Porque el odio es tóxico y hace daño a quien está poseído por él.

Montero haría bien en olvidarse de la inquina que le profesa a Juan Vivas. La misma que le hacía desearle lo peor a Jesús Fortes. O echarle huevos al asunto, que no los tiene, y perseguir al presidente de la Ciudad con la saña que emplea con su jefe de Gabinete.
 

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