Fue al acabar en una misa
concelebrada, el verano pasado, para conmemorar los muchos
años de Alejandro Sevilla como sacerdote, cuando creí
conveniente, por razones que no vienen al caso, leerle la
cartilla a Francisco Sánchez Paris. Y le auguré, además,
males que estaban a punto de cernirse sobre él. Con Sánchez
Paris nunca tuve la menor relación. Mas a partir de ese día
creo haberle dicho adiós dos veces y a cierta distancia.
Males que intuía por mis muchos conocimientos del personal
que lleva tiempo maquinando maldades contra el asesor de
Juan Vivas. No olviden que he estado muchos años en un
periódico donde jamás se me escapó ningún detalle. Ni de los
directores ni, mucho menos, del propietario. Lo cual es una
enorme ventaja a la hora de escribir o de hablar de ellos.
Conozco, por tanto, que la cobardía es la divisa de la Casa.
¡Cuántas veces el editor del periódico decano me llamaba, en
momentos cruciales, para que saliera al paso de situaciones
y comentarios que lo dejaban con el trasero al aire y los
glúteos apretados por el miedo y la vergüenza de lo que
escribían o decían contra él! Que son los mismos que ahora
está usando para descargar todo su odio contra Juan Vivas.
Aunque por falta de hombría, digamos que de huevos, lo hace
de manera indirecta: ensañándose con su jefe de Gabinete.
Rafa Montero, que siempre ha presumido de memoria, debería
tener aún presente los malos momentos vividos cuando Luis
Manuel Aznar lo maltrataba cada día con artículos tan
infames como mal escritos. Por Aznar fuimos conociendo
gustos, extravagancias, orientaciones, desafectos,
groserías..., de una persona que había aspirado incluso a
ser alcalde de esta ciudad.
Y, claro, tras regresar yo de un viaje a Huelva, Montero me
pidió, más bien me imploró, que callara la boca por la cual
arrojaba heces contra él el hombre que tuvo la valentía (!)
de ir a la cárcel de Guadalajara para entrevistar a José Amedo. Mientras
Rosino, quien fuera comisario en esta
ciudad, se quedaba en un hotel madrileño gritando lo que se
suele gritar cuando se caza pieza ajena: ¡Dios mío que bueno
está esto!...
Mientras duró la refriega, donde yo jamás dije nada contra
el editor del periódico en el cual estoy ahora, Montero
estuvo refugiado en Marruecos y solía llamarme para
preguntarme cuántos días iba a necesitar yo para silenciar
el muladar que tenía por boca el amigo de Rosino. Lo cual
aprovechaba para recordarme vida y milagros de Luis Manuel
Aznar: quien durante mucho tiempo había trabajado para él.
Lo dicho: un comportamiento acorde con la divisa de la Casa.
Luis Manuel Aznar, director entonces de este medio, duró con
su tarea lo que tenía que durar; o sea, cuatro o cinco días.
Y ello sirvió para que Montero regresara todo ufano a Ceuta
y respirando a pleno pulmón. Pero una broma a destiempo, y
su más que reconocida falta de agradecimiento, le costó mi
filípica ante toda la redacción y luego mi indiferencia. Que
no mi odio. Porque el odio es tóxico y hace daño a quien
está poseído por él.
Montero haría bien en olvidarse de la inquina que le profesa
a Juan Vivas. La misma que le hacía desearle lo peor a Jesús Fortes. O echarle huevos al asunto, que no los tiene, y
perseguir al presidente de la Ciudad con la saña que emplea
con su jefe de Gabinete.
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