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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 5 DE DICIEMBRE DE 2007

 
OPINIÓN / COLABORACIÓN

Punto de inflexión

Por Luiis de la Corte*


La tragedia tantas veces imaginada en los últimos meses ha terminado por consumarse en una fría mañana de sábado, en el sur de Francia. ETA ha vuelto a matar eligiendo como víctimas a dos servidores del Estado, dos jóvenes que no hace mucho tiempo tomaron la decisión de consagrar su vida a defender los derechos y libertades de sus compatriotas y hacerlo de una de las mejores maneras posibles: ingresando en la Guardia Civil, una de las instituciones más eficaces y abnegadas de nuestra democracia.

En estos momentos sería mezquino y muy poco práctico caer en esa clase de discursos que tanto ayudan a los terroristas. Me refiero a aquellos discursos que, ya sea para racionalizar algún resentimiento o bien para buscar réditos políticos, aplican la goma de borrar a las lindes que delimitan la absoluta culpabilidad de los asesinos sugiriendo o denunciando responsabilidades indirectas que alcancen el ámbito del Estado y sus gobernantes, el de cualquier partido político legítimo o el de algún sector de la ciudadanía pacífica. No puedo evitar recordar con repugnancia a aquellos vociferantes que pocas horas después de producirse los atentados del 11 de marzo de 2004 se empecinaban en llamar “asesinos” a varios miembros del gobierno Aznar. Debemos volver a recordar lo que tanto tiempo y sufrimiento costó aprender, y lo que parecía haberse olvidado en los últimos tiempos: en un país democrático amenazado por minorías involucionistas y agresivas como ETA (y también las que representan las ubicuas tramas yihadistas) las fuerzas políticas pacíficas y legítimas no pueden considerarse entre sí como bandos enemigos (ni mucho menos tratarse como tales). A su vez, aunque la cercanía de las elecciones generales pudiera facilitar una rápida recaída en el navajeo propagandístico cuando pasen los primeros días de duelo es urgente que políticos y ciudadanos cobren conciencia de los riesgos que acarrearía esa deriva. La recuperación de la controversia electoralista en asuntos de terrorismo podría aumentar los incentivos para cometer nuevos y más letales atentados al incrementar primeramente el potencial desestabilizador de tales actos. Por eso mismo, y aunque es seguro que alguien deseará hacerlo, esperemos que nadie se atreva ahora a culpar al actual gobierno el atentado del pasado sábado. No debiera hacer falta, pero conviene afirmar con rotundidad que el actual gobierno no puede ser responsabilizado de la violencia de ETA, como tampoco pudo culparse de la misma a los gobiernos de Aznar, González o Suárez. Las responsabilidades que cabe exigir a nuestros gobernantes en relación al tratamiento del asunto etarra son otras.

Ante todo, el gobierno debe abandonar inmediatamente y para siempre la estrategia del desprecio que ha venido aplicando a quienes se opusieron a su plan de negociación con los criminales. En la vida política actual (y sin excluir a ningún partido) el reconocimiento público de los propios errores morales es un hecho insólito, casi impensable, menos aún en fase electoral. Así, es previsible que quienes pusieron en duda la honestidad moral de las víctimas y quienes exigieron un “cordón sanitario” para aislar a una derecha a la que se quería tildar de fascista, extrema y “gótica” jamás pedirán perdón por sus infamias. Los infamados deberán conformarse con la desaparición de esa dialéctica, y seguramente lo harán.

Donde no debería darse ninguna clase de indulgencia es en la demanda al gobierno para que aprenda de sus errores cosechados en la gestión del tema etarra, que han sido muy diversos, y los rectifique. Algunas pistas apuntan en esa dirección: por ejemplo, algunas de las palabras pronunciadas por el presidente y en ministro del Interior en horas posteriores al atentado del pasado sábado y, en especial, el comunicado emitido por el congreso en la tarde de ese mismo día. Las palabras públicas son más importantes de lo que se piensa porque comprometen a quienes las pronuncian, o así debería ser…. Aprovechando la pervivencia de aquel mito que declara la imposibilidad de derrotar a los terroristas por métodos policiales y judiciales, el gobierno ha pasado varios años utilizado el lenguaje para preparar a los ciudadanos a imaginar un “fin dialogado de la violencia” mientras se asimilaba subrepticiamente el problema de ETA a una guerra inexistente. Las declaraciones institucionales de los últimos días serán una señal tanto más fiable cuanto más perdure en el tiempo y más se aproximen al discurso defendido por sus opositores desde el inicio de la legislatura: el discurso de la derrota de ETA, que nunca debió abandonarse. Sin embargo, a estas alturas sólo los más ciegos seguidores del presidente estarían dispuestos a interpretar sus meras palabras como una prueba definitiva de una rectificación definitiva que debiera concretarse en hechos y decisiones que demuestren una ofensiva judicial, policial y política sin más limitaciones que las que establezcan nuestras leyes. Desde luego, será difícil olvidar que fue el mismo líder que propuso el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo quien cambio su posición nada más llegar al poder. Por su parte, los defensores del gobierno aducirán como prueba de rectificación el incremento de la actividad policial y las últimas detenciones constatadas en los últimos meses. Ciertamente, el cambio en este sentido es indudable y debe ser reconocido. Pero ¿qué otra cosa podía hacer el gobierno tras una ruptura de la tregua que anunciaba próximos atentados sino cumplir con su responsabilidad de minimizar tales riesgos? Por otro lado, la presión sobre ETA admitiría mayores intensidades, especialmente en el terreno de sus fuentes de financiación y del acoso a los elementos de Batasuna que aún permanecen en libertad. Asimismo, son pocos los que dudan de que nuestros gobernantes no están haciendo todo lo que podrían para revocar el actual estatus legal de los actuales satélites políticos de ETA: ANV y PCTV. Finalmente, y volviendo al ámbito de los discursos, el gobierno tiene en sus manos la posibilidad de confirmar a ETA un cambio radical de actitud retirando la moción emitida años atrás por el Congreso para dar respaldo a su “diálogo” con la organización armada.

Resumiendo, a muchos nos gustaría llegara a comprobar que el dolor que hoy sienten las familias de los guardias civiles Raul Centeno y Fernando Trapero marcará un punto de inflexión respecto a la desunión de los españoles en la acción contra ETA y a la errática política antiterrorista que han caracterizado estos últimos años. Es tiempo de corregir el rumbo. Esa corrección requiere que el propio gobierno y sus partidarios se convenzan de que la lucha contra el terrorismo no puede admitir atajos ni estará exenta de sufrimiento, de que el miedo y el apaciguamiento sólo sirven para envalentonar a los terroristas y de que la derrota de ETA es realmente posible, que lo es.

* El ceutí Luis de la Corte Ibáñez es profesor de Psicología Social de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), subdirector del master de Ciencias Forenses de la la UAM e investigador de ‘Athena Intelligence’. Artículo publicado en www.bastaya.org.
 

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