No sé por qué motivo o razón
pensé, días atrás, que Pedro Gordillo estaba en Murcia
invitado por su amigo y residente en el PP, Adolfo Espí. Y
hasta lo hubiese jurado de habérseme puesto a prueba.
Incluso tentado estaba de escribir del encuentro que habían
mantenido ambos. Cuando me entero por Yolanda Bel que no es
así. Lo cual me causa el disgusto consiguiente. Porque su
rotundo desmentido me chafa la columna que tenía ya prevista
sobre tan interesante reunión.
Eso sí, la portavoz del Gobierno nos dice que hay
conversaciones con los empresarios murcianos. Pero que éstas
corren a cargo de Francisco Márquez y de Juan Manuel Doncel.
Ambos diputados, con todos mis respetos para ellos, son
demasiados tiernos para tratar de convencer a mi estimado
Espí de que saque a relucir el amor por su tierra y procure
olvidarse de los buenos dineros que él y sus representados
pueden seguir ganando con una manzana que nació podrida y
que hiede ya más que jedía el despacho del director de un
periódico local, en cierta época. Algo que referí la semana
pasada.
Sin embargo, Yolanda Bel nos da una nueva pista. Nos dice
que también Jesús Simarro ha entrado en escena como
intermediario entre la Ciudad y las gentes de Murcia. En
vista de la amistad que el ex gilista, causante principal
del derrumbe de su partido en Ceuta, tiene con los
empresarios pimentoneros. Como para no tenerla. Lo que
debería hacer el manchego, con tanta o más imaginación que
Pedro Almodóvar y maneras tan sutiles cual José Bono,
también paisano, es dormir siempre con una foto de la
manzana en su mesita de noche. Y rezarle los padrenuestros
de precepto por el bienestar que ese terreno le ha
proporcionado para que pueda vivir a cuerpo de rey, sin
doblarla, el resto de sus días.
Pero está comprobado que hay personas a las que la diosa
Fortuna les acompaña siempre. Y ese es el caso de nuestro
hombre. De no ser así, me parece inexplicable que el
Gobierno de la Ciudad le ofrezca la oportunidad a Jesús
Simarro de estar presente en unas reuniones de negocios
donde, al final, participantes de esa guisa suelen salir
premiados con reintegros millonarios.
Con tales decisiones, tan faltas de sentido común, uno
piensa entonces en Antonio Sampietro y en lo que ha largado
a propósito de la Manzana del Revellín y del papel tan
principal que jugó Simarro en ese lío. Y, claro, comprende
que a Toni, el seductor de piscinas barcelonesas en los años
de Maricastaña, se le revuelvan las tripas al creer que el
negocio de la manzana lo dejó a él sin su presidencia y sin
Aida Piedra.
De todos modos, yo vivo lampando porque lleguen los
empresarios de Murcia a un acuerdo con el Gobierno de la
Ciudad y el edificio del Revellín se convierta en una
realidad fructífera y beneficiosa para Ceuta. Que todo acabe
bien. Ya que tengo la promesa de Adolfo Espí, desde hace
años, que será en ese preciso momento cuando me descubra el
nombre de las personas que han venido apoyando a Juan Luis
Aróstegui en todos los aspectos para que fuera inflexible
con los planes del Gobierno para esa esquina.
Adolfo Espí, distinguido siempre por un notable como Pastor
Ridruejo, ha sabido hacerse un sitio en el mundo de los
negocios. Su único fallo de juventud, fue aliarse con
“Pacoantonio” en un negocio de periódico. Si sabrá el de
comisiones y chanchullos.
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