El encendido de las luces navideñas de la ciudad ha dejado
encantado a mi pequeño hijo. Pero el muy pillo se saca de la
manga un truco que no esperaba me lo hiciera: me exigió
comprar un juguete porque la ocasión lo requería, “¡¡estamos
en Navidá!!”, me espetó. Por mucho de que trato de
convencerle que todavía no era Navidad, el chico, erre que
erre, me pregunta el porqué encendían ahora las luces si
todavía no era Navidad. No tuve más remedio que acercarme a
los Almacenes San Pablo y arrearle a la Visa un repaso de
muy señor mío, comprándole uno de esos enormes helicópteros
que vienen en la película de dibujos animados “Cars” y que
no son baratos precisamente. Como un globo queda mi chico,
de tan contento como sale corriendo a la calle.
Dejando de lado este pequeño “percance” familiar, me sumerjo
en el marasmo de noticias que no paran de surgir en todas
las latitudes y longitudes de la bola terrestre y destaco
una que, por sí sola, habla de lo sufrida que es la vida de
los profesionales que mantienen al pueblo informado
Era de esperar que un periodista profesional abusara de su
condición como tal para dar rienda suelta a sus instintos
más rabiosos ofendiendo gravemente a compañeros de profesión
de una manera totalmente falaz y despreciativamente
insultante.
Si ese periodista, peor que un ultraderechista, aparte de
exigir al propio Rey que se vaya, con otras palabras y
maneras pero que al fin de cuentas es lo mismo, se la toma
con compañeros de profesión por difundir palabras que se
hablaron en una entrevista con el líder pepero, fuera del
contexto de la propia entrevista… pisotea sin rubor el
Código Deontológico aprobado en la Asamblea Ordinaria de la
Federación de Asociaciones de la Prensa de España, en su
sesión desarrollada en Sevilla el 27 de noviembre de 1993.
Quienes conocen el mencionado Código, y que son todos los
periodistas profesionales desde que se registran como tales,
saben que por encima de toda noticia impera el derecho a la
presunción de inocencia que rige para todos y para cada uno
de los ciudadanos del país, sean o no periodistas.
Cambiando de tercio, cuando tratamos de los políticos siendo
personajes públicos, muchos de los articulistas
colaboradores con la prensa realizan escritos de opinión sin
ningún rubor y de manera harto ofensiva a pesar de que son
precisamente, los políticos, personajes públicos en un clara
demostración de que no estudiaron periodismo y vierten sus
opiniones tal como las piensan o reciben de sus respectivas
fuentes informantes. Si estos articulistas supieran desde un
principio lo que es la ética periodística y con ello tener
conocimiento del código deontológico, no habrían escrito
tantos artículos difamantes, con nombres y apellidos, si
supieran que uno de los principios generales es el del
respeto a la verdad y la honestidad de la información
difundida.
Si bien se respeta la opinión de cada uno como tal, es
lógico exigir un respeto a la razón y a la verdad por parte
del que opina libremente… pero llevado por su inquina
personal, hacia algo o alguien, no es propio de un
periodista de verdad manipular la información y darle
carácter gratuitamente ofensivo, porque atenta gravemente
contra el derecho al respeto que merecen todas las personas
que tienen, a su vez, el derecho a la presunción de
inocencia hasta que no se demuestre lo contrario de manera
verídica y, en última instancia, por veredicto judicial.
Escribir reiteradamente, de la manera como lo hacen algunos,
atacando a quienes no atacan de ninguna manera sus derechos,
simplemente porque su ideología gira en el epicentro de su
propio ombligo, no es de recibo y sí de desprecio dentro del
colectivo de gente dedicada, de cualquier manera, a escribir
para la prensa.
Muchos sabemos que hay gente, dentro y fuera del mundo de la
prensa, que tergiversan palabras y hechos con el único fin
de beneficiar sus propios intereses o los intereses de
quienes conforman su propia ideología y perjudican con ello
al conjunto de la nación… todos sabemos quienes son. Por
desgracia, seguirán.
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