Dicen que si el club respalda en las malas, el entrenador
será fuerte, de lo contrario que Dios le ayude ...
La destitución de Diego Quintero era un secreto a voces,
pero no desde la semana pasada, sino desde el día que firmó
su contrato con el Ceuta. La desconfianza hacia su capacidad
como entrenador ha sido una constante entre los máximos
dirigentes del club caballa, que en vez de remar juntos sólo
se han dedicado a poner piedras en el camino del sevillano.
Pero más allá de ceses o contrataciones, la cruda realidad
es que el problema del Ceuta no está en los ‘Calderé, Orúe o
Quinteros’. Tampoco está en los ‘Nayim o José Enriques’.
Quien piense eso está totalmente equivocado o quiere
engañarse a si mismo. El Ceuta de José Antonio Muñoz, por
ejemplo, disputó seis fases de ascenso en nueve temporadas,
y las seis con cinco entrenadores distintos.
No insistan, el problema no está ahí. El verdadero y grave
problema del primer equipo de la ciudad es que carece de un
liderazgo indiscutible, con un presidente, Felipe Escane,
que no transmite nada, que utiliza el cargo para conseguir
la popularidad que le faltaba para sentirse importante y
que, sin tener ni idea del tema, toma decisiones desde la
autoridad que le da la gran cantidad de dinero público que
recibe (subvención, televisión, empresas municipales....).
Decisiones que muy pocas veces coinciden con el interés
deportivo.
El club, además, carece de personas capaces en áreas
esenciales y de una idea conductora, lo que le hace ir a la
deriva. En general, un club exitoso es la consecuencia de la
seriedad, la organización y una fuerte disciplina interna
que el Ceuta no tiene desde hace un par de años.
En fin, existen muchas formas de decir que hay jugadores
superados por la alta competición: ‘La camiseta le queda
grande’, ‘la pelota le quema en los pies’, ‘se esconde
detrás del marcador’. Pero sólo hay una forma de decirlo
cuando eso le pasa a los dirigentes: ineptitud.
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