Presumir de no tener enemigos
resulta una muestra palpable de querer darse pote. Una
manera de tratar de dar el pego como criatura que vive en
estado de gracia y atenta siempre a mirar solamente por el
bien ajeno. O sea, un bendito de Dios. De los mansos, claro
es, nos libre Éste...
Lo bueno es contar con enemigos. De no ser así, uno pasaría
por ser un auténtico idiota. Y se pondría a la altura de
aquellos antiguos griegos que vivían preocupados de sí
mismos y alejados de cualquier participación en la vida
pública.
De cualquier manera, tampoco es cuestión de hacer enemigos
porque sí. Hay que procurar tener pocos pero que hayan dado
pruebas suficientes de inteligencia. Lo cual es una gozada.
Menuda suerte es levantarse cada día sabiendo que se puede
disfrutar de las críticas de unos oponentes que suelen
pensar bien y a los que hay que corresponderles,
lógicamente, con respuestas adecuadas. Una obligación, sin
duda, exigente. Y, por supuesto, nada fácil.
Francisco Sánchez Paris debe estar atiborrado de cualidades.
De lo contrario, no estaría tan cerca del presidente de la
Ciudad. Porque el mero hecho de ser amigo de Juan Vivas,
créanme que no le valdría en absoluto para gozar de ese
poder que le achacan sus detractores. Pero en esta vida no
se puede tener todo. De ahí que mucho me temo que jamás
podrá sacar pecho, en ninguna sobremesa, acerca de la
importancia de esos enemigos que no cesan de acusarle de
ejercer una influencia errónea en ciertas decisiones tomadas
por el presidente del Gobierno de Ceuta.
Lo siento, señor Sánchez Paris, pero usted cuenta con
enemigos de poca monta. Oponentes de medio pelo. En Cádiz,
al jefe de sus enemigos, lo tildarían de chiquilicuatre. Un
vulgarismo que define perfectamente la escasa calidad tenida
por quienes asumen, por mandato del editor del periódico
decano, la tarea de sambenitarlo a usted, sin solución de
continuidad, para ver si es posible acollonar cuanto antes a
Vivas.
Es verdad, señor Sánchez Paris, que, según dijo un tal
George Orwell, los católicos y los comunistas coinciden en
asumir que un oponente no puede ser a la vez honesto e
inteligente. Mas usted, asesor presidencial, con todos mis
respetos, no deja de ser un don nadie si nos basamos en
compararlo con el valor real de quienes se la tienen jurada
y viven obsesionados con verle coger sus bártulos y
emprender el regreso hacia sus posesiones en tierras
jiennenses. Pues dos de sus enemigos, más encarnizados,
carecen de honestidad e inteligencia. Y cuando hablo de
honestidad les aplico las dos primeras acepciones del
diccionario. El tercer enemigo, más bien la tercera,
discurre mal.
Me explico: Carmen Echarri piensa de manera torcida y expone
sus pensamientos peor. Sus críticas le salen atropelladas.
Sus denuncias, contra usted, propician artículos
ininteligibles. Las palabras acuden a la mente de la
directora en tropel. Y es incapaz de seleccionar las más
acertadas.
Últimamente, cegada por el odio contra usted, asesor
presidencial, no se da cuenta de que para escribir el alma
ha de estar serena. La respiración normal. Y el sosiego en
su punto justo. Y reírse cuantas veces sean necesarias
durante el tiempo que dure la realización del artículo. En
realidad, con enemigos así, Francisco Sánchez Paris, usted
está condenado a no ser nadie.
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