Para empezar, tal vez os pueda chocar, estimados lectores,
que escriba un tema que no concierne a Ceuta pero que para
mí, ceutí y caballa desde siempre y para siempre, significa
una humilde demostración de gratitud por haber llegado a
donde he llegado tras cuarenta y tres años viviendo en
Catalunya. Será la única y última vez que escribo sobre este
tema concreto.
Eran las nonas cuando del campanario de la Iglesia de Sant
Boi salieron los sonidos de la inmensa campana llamando a
misa a los lugareños. Abajo en la explanada un gentío
esperaba expectante el inicio de una ceremonia que había
estado prohibida durante cuarenta años: el homenaje a Rafael
Casanova i Comes (Moià, 1660 – Sant Boi de Llobregat 1743),
considerado como referente de la catalanidad de la región.
Casanova era abogado y consejero en jefe de Barcelona y
representaba el liderazgo de los austricistas españoles,
favorables al archiduque Carlos que fue nombrado conde de
Barcelona y posteriormente rey de España con el nombre de
Carlos III, durante la Guerra de Sucesión Española contra
Felipe V.
Se celebraba en realidad la derrota de los carlistas ante
los borbones (1714) pero matizándola como un acto heroico de
la lucha de aquellos tiempos. Era el 11 de septiembre de
1979 y se acababa de instaurar, por Ley del Parlamento
catalán, la bandera oficial de Catalunya. Ese fue el primer
día que entablé conversaciones con quién, en las elecciones
de 1980, sería el 126º Presidente de la Generalitat de
Catalunya, Jordi Pujol i Soley (Barcelona, 1930) y el inicio
de numerosos contactos además de una amistad relativa. Fue
un contacto, con el fundador de Convergencia Democrática de
Catalunya (CDC, 1974), fructífero para mí, entonces nula,
experiencia en el mundo de la política y en el apartado
socio-cultural aupándome hasta límites que no sospechaba por
entonces.
Con quién más ingenié, durante la época de presidencia de
Jordi Pujol, fue con su esposa, Marta Ferrusola, y con el
“Conseller” de Bienestar Social, Antoni Comas, que me ayudó
sobremanera a desenvolverme en el cerrado circuito de la
sociedad burguesa catalana de entonces. De todos los
miembros del “Govern” catalán destaco, con mucho, a Felip
Puig i Godes (Barcelona, 1958), ingeniero de Caminos,
Canales y Puertos, gran amigo mío e inmenso colaborador en
cuantos proyectos asociativos he participado, sobretodo me
ayudó sobremanera en el plano profesional.
Jordi Pujol -de orientación nacionalista catalana liberal,
padeció torturas durante su estancia en la prisión de Girona
durante dos años y medio, detenido en 1960 por sus protestas
contra el régimen franquista y acusado de organizar la
campaña de la oposición- supo tener la paciencia necesaria
para escuchar a quienes se dirigían a él y conmigo derrochó
esa paciencia a montones. Siempre me trató exquisitamente y
a trravés de mis relaciones con él me gané muchos amigos de
la política catalana de los que destaco Pere Baltà, diputado
en el Congreso y gran colaborador cuando yo presidía una
Federación nacional deportiva en Madrid, y sobretodo a
Ramona Duch i Remacha, por entonces presidenta del CDC en El
Prat de Llobregat, merced a cuya colaboración un colectivo
de minusválidos sensoriales tienen sus derechos
restablecidos con todas las de la Ley.
Esta amistad con los políticos de derechas no fue óbice para
que la tuviera con los políticos de la izquierda. De hecho,
uno de mis mejores amigos es Lluís Tejedor i Ballesteros (El
Prat de Llobregat, 1948), antiguo dirigente del Partido
Socialista Unificado de Catalunya (PSUC) y ahora de ICV,
alcalde de la ciudad donde viví muchos años, El Prat de
Llobregat, y cuya amistad data de 1980.
Jordi Pujol i Soley se retiró en 2003 pero para mí sigue
siendo un referente de amistad y como un magnífico maestro
sobre temas políticos. Fue el presidente que más duró al
frente de la Generalitat y todo un triunfador en las
elecciones de 1984, 1988, 1992, 1995 y 1999. Mi
agradecimiento.
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